¿A qué edad somos viejos?

La fecha de jubilación es una especie de ‘anuncio oficial’ de la vejez 

¿Cuántas y cuáles son las etapas de la vida? Según Google, dependiendo del proponente, el número oscila entre cuatro y doce. Esta nota las limita a cinco, fáciles de memorizar:(1) la infancia, desde el nacimiento hasta los 4 años; (2) la niñez, de los 5 a los 12; (3) la adolescencia, de los 13 a los 19; (4) la edad adulta, de los 20 hasta un cierto valor impreciso, llamémoslo X y (5) ancianidad, desde X+1 hasta la muerte.

La X, la edad teórica a la cual comenzaríamos a considerarnos viejos, delimita la transición cronológica de la adultez a la ancianidad. ¿Cuándo ‘nos convertimos en viejos?  La respuesta a esta pregunta es tema de esta nota.

La ‘vejez’, expresión esta que tendemos a rechazar, se refiere a las edades que se acercan o exceden la expectativa de vida de los seres humanos. Abundan sus sinónimos: Los jóvenes respetuosos denominan a los viejos ‘personas mayores’ o ‘ancianos’; para efectos legales, se utilizan términos como ‘jubilados’ o ‘ciudadanos de la tercera edad’.

En el 2020, la expectativa de vida era 75.1 años para las mujeres y 72.9 los hombres; la proyección conjunta de ambos sexos era 75 años. Se calcula que la edad máxima de la raza humana es 125 y, en este momento, se reconoce a una francesa de 118 años como la persona con más años.

¿Cuándo nos volvemos ‘viejos’? ¿Cuándo esta francesa pasó de adulta mayor a anciana? No existe una respuesta exacta y la mayoría de los humanos nos resistimos a aceptar que ya estamos en la X.

La fecha de la jubilación de alguien es una especie de ‘anuncio oficial’ de su vejez. El país con la mayor edad de retiro, para ambos sexos, es Noruega (67 años); los países con la menor edad de retiro son Corea del Norte y Namibia (55 años).

Con base en estas cifras, los años de supervivencia después del retiro oscilan entre 8 y 17 años, cifras ambas con tendencia global a crecer y, como el aumento de la edad de retiro es oficialmente difícil de aumentar (imposible políticamente en casi todos los países), las reservas de pensión, estatales o privadas, podrían eventualmente tornarse insuficientes y generar problemas financieros a sus beneficiarios. Este asunto está, por supuesto, fuera del alcance de esta nota.

Este columnista, independientemente de cuántos años le quedan, carece, al menos por ahora, de penurias físicas dolorosas y de temor alguno a la ‘parca’. En cambio, considerando que su X -su comienzo de la vejez-, le llegó hace ya rato, sí le tiene temor -medio pánico, es más preciso- al Alzheimer y a las demás formas de demencia.

Si bien se encuentra jubilado desde hace varios años, el comienzo de su ‘vejez por calendarios’ es más reciente. De salud se encuentra razonablemente bien, pero, por herencia materna, está obligado a vigilar y controlar su tensión arterial, deseando y esperando, eso sí, una muerte apacible, ojalá un infarto silencioso nocturno, como le llegó a su progenitora.

En su infancia y juventud, este servidor sí, en verdad, le tuvo pánico a la infierno… Hoy concluye  que ese pánico -resultante de las altas temperaturas del sitio, como le habían enseñado en sus primeras clases de religión… Y de cuya realidad estaba absolutamente convencido.

Desde hace varias décadas también concluyó que su existencia actual, en la que está escribiendo estas líneas, es su única encarnación, y, en consecuencia, carece de temores  diabólicos o anhelos celestiales. Sus continuados estudios de la filosofía religiosa oriental tampoco le han ‘vendido’ la idea de reencarnaciones o renacimientos.

Aunque no me desvela, y hablando ahora en primera persona, sí le tengo un buen grado de temor a la demencia, una especie de ‘agonía de la mente’. Cuando se aproxime mi instante final, deseo una desaparición rápida, sin sufrimientos ni propios ni de mis terceros. Ojalá el destino me conceda este ruego.

Bogotá, junio 6, 2022

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