Alzheimer: Un mal aterrador

La palabra ‘demencia’ -del latín demens,  ‘estar loco’- entró a la terminología médica en el siglo XVIII. Esta expresión, que significa el deterioro progresivo de las facultades mentales, agrupa las condiciones que afectan la capacidad de pensar y recordar, y se diagnostica en alguien, o al menos se sospecha, cuando su memoria y otra función cognitiva adicional (aprendizaje, atención, habilidades de lenguaje…) se ven afectadas a un nivel que interfiere con sus actividades rutinarias.

El Alzheimer es la forma más común de demencia y el número de los casos detectados ha aumentado pavorosamente a nivel mundial -la cifra se dobló entre 1990 y 2016-, por dos razones: La primera, el notable incremento de la expectativa de vida de los humanos modernos; la segunda, la atención creciente a la salud mental -más médicos y especialistas, más exámenes- y, en consecuencia, más detecciones. Antes del siglo XX, la senilidad y sus diversas manifestaciones eran realidades inexorables.

¿Cuándo se descubrió este temible mal? El doctor alemán Alois Alzheimer, en una autopsia que efectuó en 1906, encontró y documentó unos depósitos anormales en las células nerviosas de una difunta anónima. El curioso investigador, quien murió en 1915, nunca se imaginó que su hallazgo atraería, décadas después, millones de dólares para su investigación… Aunque sí alcanzó a saber que a la fatídica enfermedad se le asignaría su apellido en 1910.   

El Alzheimer fue identificado como la más común de las múltiples formas de demencia conocidas en 1976. ¿Por qué tardó tanto en llamar seriamente la atención? Porque antes vivíamos menos -entre 1976 y 2020 la expectativa de vida de los humanos aumentó de 58 a 72 años- y la senilidad era considerada como normal e impostergable. Entre las cuatrocientas alternativas ‘conocidas’ de demencia, el Alzheimer representa las dos terceras partes de la totalidad de los casos.

En general, el aciago mal ataca después de los setenta años y nuestros mayores vivieron en una época en la cual el Alzheimer era mucho menos frecuente. Según la Organización Mundial de la Salud, hoy existen alrededor de 50 millones de personas con Alzheimer y aparecen diez millones de casos nuevos cada año (y la longevidad sigue en aumento). El dato para Colombia se aproxima al medio millón, habiendo crecido treinta por ciento en los últimos quince años. 

No existen todavía recomendaciones científicas específicas para prevenir o tratar este funesto problema. Algunos estudios han conducido a resultados inconsistentes y tanto las edades y velocidades variables con las cuales se manifiesta la enfermedad hacen más compleja la investigación. Las recomendaciones documentadas, como algunas dietas (incluida la vegetariana) y la actividad intelectual continua, son de sentido común y de aplicación general en la prevención de otras dolencias. Hoy el Alzheimer es un tema ‘de moda’ en los medios y todos conocemos a alguien que está sufriendo de tan aterrador mal.

La sífilis, una enfermedad contagiosa y aterradora siglos atrás, llevó a algún médico del siglo XIX a colocar en la cartelera de su hospital una bien intencionada exhortación: “Si no le temes a Dios, témele a la sífilis”. Desde hace décadas la sífilis es curable con la penicilina y, excluyendo las regiones más pobres, hoy se encuentra bajo control.

Este servidor no tiene temores metafísicos… Pero el terrenal Alzheimer sí le produce desasosiego. Me atrevo pues a ajustar la frase del párrafo anterior a una versión modernizada: “si no le temes a Dios, témele al Alzheimer”. Me asusta¸ en verdad, este terrible mal; procuro aplicar en mi vida las recomendaciones alimenticias y de ejercicio intelectual que menciono en esta nota… Y confío que pronto existirán tratamientos efectivos para tan espantosa dolencia. “Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!”, escribió Julio Flórez hace más de un siglo; espero que, en mi caso, falle la aseveración del poeta colombiano y que mi desaparición terrenal se anticipe al nefasto mal.

Bogotá, julio 5, 2021

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