Consciencia y Sentiencia

Las primeras referencias a la palabra ‘consciencia’ datan del siglo XVI, mucho antes de que apareciera la psicología como la ciencia de la mente y el comportamiento. En sus inicios, sugiere este columnista, el interés en este asombroso atributo estuvo centrado alrededor de los humanos y, en algún momento, surgió un interrogante trascendental: ¿Tienen también consciencia los animales?
Históricamente, los perros debieron ser los primeros candidatos a tal cualidad; todos hemos interactuado con alguien cuya mascota, con certeza absoluta, es ‘consciente e inteligente’; nada logrará convencerles de lo contrario. Como consecuencia de las preguntas alrededor de la ‘consciencia animal’ -si el perro es consciente, los otros mamíferos también lo serán-, hace ya casi dos siglos, ‘apareció’ la expresión ‘sentiencia’. Veamos las dos definiciones.
Consciencia es (1) la capacidad de reconocer la realidad circundante de quien la experimenta, y (2) el conocimiento que el sujeto tiene tanto de sí mismo, como de sus acciones, reflexiones y divagaciones. La consciencia es un fenómeno neuronal, de cuyo funcionamiento la ciencia aún no tiene claridad satisfactoria. El entendimiento actual de su naturaleza gira más alrededor de lo que esta ‘hace’ y de nuestra incuestionable experiencia de su realidad, que de una comprensión científica.
Sentiencia, por su parte, es la capacidad de percatarnos claramente de las sensaciones y los sentimientos. La sentiencia es diferente de la percepción y del pensamiento, sabiendo, además, que la casi totalidad de los vertebrados poseen sentiencia. La consciencia depende de la sentiencia, pero esta existe, por sí sola, en los animales.
La sentiencia, una expresión que no figura en el diccionario la Real Academia Española, es la capacidad de experimentar directamente sensaciones y sentimientos, y de darnos cuenta de la experiencia. La sentiencia es una sensación o un sentimiento diferente de la percepción y el pensamiento.
La consciencia nos permite (1) el reconocimiento del mundo interior y de la realidad circundante, y (2) la comprensión ‘natural y espontánea’ de nosotros mismos y de nuestras acciones, reflexiones y divagaciones. La consciencia es un fenómeno físico, así todavía no exista una claridad completa de los cómo y los porqués de su funcionamiento.
Los neurocientíficos consideran que la consciencia reside en la corteza cerebral y que, desde allí, observa y maneja las conexiones neuronales de las experiencias, provenientes del mundo exterior, a través de los sentidos, o de la representaciones neuronales, en el mismo cerebro, del mundo interior.
Como tal, la consciencia puede interactuar con los demás procesos neuronales cognitivos que estén ocurriendo dentro del cerebro. Las explicaciones de la consciencia giran más alrededor de lo que esta hace que de una comprensión científica o inequívoca de su ‘misterio’.
Aunque la ciencia todavía carece de explicaciones concluyentes para su funcionamiento, las interpretaciones religiosas de la consciencia -una entidad inmaterial eterna que trasciende la muerte, sea renaciendo en otro ser o resucitando en algún momento futuro- están por fuera del alcance de esta nota; estas explicaciones son producto de la fe religiosa e imposibles de ser verificadas científicamente.
Como prodigio real y físico, en vez de creencia abstracta o metafísica, la consciencia interactúa con los demás procesos vitales de sus dueños; los estudios del tema giran más alrededor de los beneficios y efectos de tan extraordinario fenómeno que de su naturaleza o funcionamiento.
Sentiencia, sentience en inglés, es una palabra que data del siglo XVII, cuando se especificó como la capacidad de sentir, en contraposición a la facultad de pensar y reconocer. Probablemente esta expresión surgió como vocablo alternativo para diferenciar la ‘consciencia’ de los primates de la de los seres humanos.
Resumiendo, consciencia y sentiencia son conceptos complementarios, de ninguna manera excluyentes, con una ‘amplia ‘zona gris’ entre ellos. El primero, característico de los humanos, es el conocimiento inmediato y espontáneo que tenemos tanto de nosotros mismos, como de nuestros actos, reflexiones y alrededores; el segundo, que compartimos con otros seres vivos, es la capacidad de experimentar sensaciones.

Septiembre 3, 2019

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