De terceros riñones y medios hígados

El riñón fue el pionero de los trasplantes exitosos de órganos a comienzos de los años cincuenta. La entrada a tan complejo territorio de la ciencia fue apenas el comienzo de una larga cadena de éxitos médicos que seis décadas después parece interminable. En la lista de hitos figuran los trasplantes de páncreas, hígado y corazón en los años sesenta; los de pulmones en los ochenta; los de tráquea y pene recientemente, ya en este tercer milenio. (Aclaremos: El pene no es exactamente un órgano, una parte que ejerza una función completa, pero la gente se refiere a él así, con mucho respeto; cuando alguien dice “el órgano”, todos sabemos de “quién” se está hablando). Alrededor de los trasplantes hay fascinación científica, controversias morales y leyendas periodísticas; no es sorprendente entonces la multiplicidad de tratados, regulaciones y novelas que han aparecido y aparecerán sobre un tema tan asombroso.

Y con toda razón. Que a uno le coloquen un pedazo de otra persona y la fisiología propia siga comportándose más o menos normalmente, sin pérdida alguna de identidad, es algo que no cabe fácilmente dentro de mi cabeza. Tomando como base la supervivencia de los pacientes cinco años después de las cirugías, los trasplantes más efectivos son los de riñón (90%) y páncreas (88%) seguidos por hígado (75%) y corazón (74%). (Los de pene, tengan paciencia, apenas comienzan. El primer beneficiario chino de esta intervención, a pesar de su éxito, lo rehusó psicológicamente, en común acuerdo con su esposa, y pidió que le reinstalaran su equipo original).

Los retos mayores de todo trasplante se encuentran en el rechazo que nuestro sistema inmune le hace a cualquier objeto extraño y en el mantenimiento de la funcionalidad del órgano reemplazante durante la transición entre donante y receptor. A medida que la ciencia perfecciona estos dos procesos, los índices de supervivencia, ya de por sí elevados, continuarán aumentando.

Los primeros trasplantes y hasta no hace mucho ocurrieron casi siempre desde donantes fallecidos hacia enfermos necesitados. La suerte jugaba entonces un papel fundamental. La espera para conseguir un órgano de reemplazo con la defunción “afortunada” de un donante puede tomar años. “Es como esperar muy lentamente que el voceador de un bingo macabro cante el número que me falta para completar mi tabla”, me escribió desde Minnesota un buen amigo que esperaba unos riñones compatibles en 1980. Los promedios de espera varían de acuerdo con el órgano, la raza y el tipo de sangre, entre otras variables, pero de uno a cuatro años constituye un rango típico.

De no ser por la demanda creciente, las cosas serían cada vez menos complicadas –mi amigo sobrevivió diez años a su exitosa cirugía– y, dado que los humanos podemos subsistir con un solo riñón, mi eventual proveedor me puede “regalar” uno de sus riñones, continuando ambos con una vida normal, sin la necesidad de esperar a que alguien muera. O, si mis finanzas me lo permiten, yo se lo puedo comprar. Y aquí, con las alternativas que ofrece la globalización, se abren los signos morales de interrogación. Dados los costos y la tecnología involucrados, un porcentaje elevado de los trasplantes es ejecutado en pacientes de los países ricos con órganos que provienen de de los países pobres. ¿Resultado? Tráfico ilegal de órganos. La Organización Mundial de la Salud estima que la quinta parte de los setenta mil riñones que se trasplantan en todo el mundo proviene de un mercado negro con intermediarios dudosos. En Irán, único país donde la venta de órganos es legal, un riñón se negocia por mil dólares; en Brasil o Perú, donde la persona donante tal vez quiera comprarse un carro nuevo o aumentarse el tamaño de su busto, el mismo órgano puede costar entre ocho y diez mil dólares.

Los avances científicos, con todas sus buenas intenciones, son combustible favorable para muchas posibilidades cuestionables. Por ejemplo, el trasplante de porciones de hígado es ya una cirugía probada con promisorias expectativas; la fracción de hígado, tanto en el donante como en el receptor, se regenera completamente. Alguien podrá eventualmente vender “media libra de su propia carne”. O un ricachón, quizás apenas medio enfermo, querrá instalarse por simple precaución un tercer riñón, cirugía esta viable desde hace ya más de dos décadas. Las necesidades de los pobres, sean reales o creadas por la economía de consumo (sean autos o cirugías estéticas), por un lado, y el miedo a morir de quienes poseen suficientes recursos financieros para comprar años, por el otro, generan un caldo perfecto para que se cocinen tristes transacciones.

En el mismo caldo también se cuecen leyendas y comedias. Entonces alguien empieza a tener recuerdos que estaban almacenados en el corazón de su donante. O aparecen personas que dizque fueron secuestradas para robarle su páncreas. O el turismo a China va a aumentar porque es allí donde se reemplazan penes. ¡Qué imaginación! Dándole cuerda a ella, si yo me ganara en una lotería una reinstalación viril para optimizar mis funciones sexuales, créanme, yo solo aceptaría un segundo pene (la localización se la dejo al cirujano). Porque con el original de orinar yo vivo muy contento. Y agarrar una cosa ajena cada que voy al baño ¡gggggrrrhhhhh! sinceramente me da asco. (Eso debió ser lo que le sucedió al chino. O a su esposa).

Atlanta, octubre 27, 2008

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