¿Debe aumentarse siempre la productividad?

En su libro El Fin del Trabajo Jeremy Rifkin hace un planteamiento tan simple como evidente. El desempleo en todo el mundo va crecer a pasos agigantados como consecuencia de los aumentos impresionantes en la eficiencia de la fuerza laboral. Las mismas cosas se podrán hacer con mucha menos gente y los aumentos de producción y consumo, a más de deteriorar el ya de por sí maltratado medio ambiente, no crearán suficientes puestos de trabajo adicionales para reemplazar los eliminados. ¿Deben entonces propiciarse indiscriminadamente los aumentos de productividad? La respuesta cautelosa es: No siempre.

Las perspectivas son muy delicadas para los países ricos y definitivamente graves para el Tercer Mundo. Dejemos de lado los adelantos tecnológicos que son rutina en Estados Unidos y mencionemos sólo ejemplos de los que ya invadieron las regiones pobres. Los cajeros automáticos –que funcionan veinticuatro horas y no se sindicalizan– desplazan cajeros de carne y hueso. Los sistemas de correo de voz reemplazan secretarias telefonistas. Los computadores personales eliminan secretarias digitadoras. Los pagos de facturas por Internet disminuyen la necesidad de mensajeros o –una tecnología desplaza otra– la necesidad de ir hasta el cajero automático para hacer pagos. Esto tiende al infinito en todas las áreas especializadas de diseño, desarrollo y manufactura.

Lo grave para los países pobres es que los cajeros automáticos, los equipos de telefonía electrónica, los computadores y los servidores de Internet, todos estos artefactos son producidos en un grupo reducido de países ricos o en acelerado desarrollo. En otras palabras, la compensación parcial de puestos de trabajo eliminados en el Tercer Mundo por el aumento de productividad en realidad sí ocurre, sí se materializa parcialmente, pero ello sucede en Taiwán, China, Corea, o quién sabe dónde.

Nadie cuestiona algunas direcciones. Ellas son obvias. Es absolutamente necesario aumentar la productividad en la fabricación de todo lo que se produce localmente y, con mayor razón, de la porción que se exporta pues hay que ser competitivos. Es necesario aumentar la productividad de todas las entidades del Estado pues es la plata de los contribuyentes. Hay que aumentar la productividad de la educación pues es el futuro de Colombia.

Pero, quiero sembrar una inquietud que suena contradictoria: Deben desestimularse algunos aumentos de productividad en la distribución a los consumidores finales. Aclaremos esto con un ejemplo de baja eficiencia que genera y sostiene un número alto de empleos (aunque por motivos diferentes). Los ayudantes de las estaciones de gasolina que llenan los tanques de los vehículos son un trabajo no calificado que ha sido eliminado en muchos países. En Estados Unidos los carros son tanqueados por los mismos clientes que pagan con tarjetas crédito o débito directamente en el surtidor o en efectivo en una caja central. La tecnología para instalar este procedimiento es elemental. Pero, si fuera posible implantarla en Colombia –lo dudo por la necesidad de controlar a los vividores que se las arreglarían para no pagar–, todos los estratos sociales unidos deberían evitarlo a toda costa.

La anterior es una muestra de cómo la ineficiencia evita el desempleo pero, al fin y al cabo, es algo que ya está sucediendo. ¿Qué podría hacerse nuevo? Simplemente evitar de manera selectiva aquellas tecnologías –equipos, programas, procesos– que desplazan personal.

Mencionemos un ejemplo para invitar a la discusión. La distribución de alimentos y mercancías, cuya eficiencia en Colombia va en alza –léase el volumen de ventas por empleado–, ocupa quizás millones de personas. En muchos países no existen o existen muy pocos hipermercados o almacenes gigantes de cadena, empresas estas de altísima eficiencia, y aún subsiste el concepto de la tienda de la esquina, del minimercado de ochenta metros cuadrados y de los almacenes pequeños, que crean cada uno entre dos y tal vez veinte empleos. (Estos negocios están disminuyendo en Colombia, aún en las ciudades pequeñas).

Donde el almacén pequeño es la norma, las ineficiencias en los procesos de distribución son toleradas, cuando no fomentadas. Así es en el Japón y en muchos países europeos. Ignoro si es el resultado de las limitaciones del espacio físico o si el fenómeno es cultural, pero la realidad es que tales ineficiencias sostienen millones de puestos poco calificados. Y, definitivamente, si debemos santiguarnos para que no lleguen a Colombia las super-tiendas de la cadena Walmart –la admirada y envidiada corporación, la reina indiscutible de la productividad a través de la tecnología–. Alrededor de cada nueva tienda gigante de Walmart, donde quiera que se abra, desaparecen docenas de pequeños negocios.

En resumen: Preparémonos como sociedad para vivir con niveles impresionantes de desempleo, aún peores que los actuales. Ello no será culpa de este o de ningún otro gobierno. (La oferta electoral de crear millón y medio de empleos, como lo hicieron nuestros dos últimos gobernantes, eso sí es demagogia barata, palabrería insensata o mala fe nata). Seamos tan productivos en manufactura como podamos, a sabiendas que con la China y con la India cada día va a ser más difícil competir. Aumentemos la productividad donde es imprescindible e inevitable. Y controlemos su aumento –conservemos cierto nivel de ineficiencia tecnológica– dondequiera que se vaya a generar desempleo y sea razonable mantener ocupados unos cuantos trabajadores poco calificados.

Atlanta, abril 12, 2005

Compartir

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *