¿Programan los genes nuestro comportamiento y, en consecuencia, esta multitud de ‘miniaturitas’ coartan nuestra libertad y manejan nuestras vidas? ¿Nacemos preprogramados por las instrucciones genéticas que nos traspasaron nuestros ancestros? Aunque abundan las razones para la afirmativa, este columnista se inclina por la negativa. Los genes nos predisponen hacia ciertas actuaciones, pero no nos predestinan.
Aunque sería absurdo negar las influencias hereditarias, no somos robots preprogramados y, en cambio, sí disponemos de la potestad de obrar por reflexión y elección -el libre albedrío- que, en teoría, nos hace responsables de nuestros actos. No existen -al menos este columnista no piensa que existan- genes que nos inclinen inexorablemente hacia la homosexualidad, la religiosidad o la monogamia, áreas estas que, con mucha frecuencia, ‘mojan prensa científica’.
En su nota anterior este columnista hizo referencia a una investigación reciente, bastante grande en el volumen de la muestra utilizada -casi medio millón de registros-, que echaba por tierra la supuesta existencia del ‘gen gay’, propuesto en una hipótesis de los años noventa.
Por expresar su acuerdo con tal hallazgo, la columna recibió un cáustico comentario de alguien bien poco liberal. La agresiva nota fue apenas el parafraseo de una cita del Levítico 18:22, el tercero de los libros de Moisés: “No tenga relaciones con otro hombre, como lo haría con una mujer; esto es una abominación”. ‘Antinatural’ fue la expresión de mi crítico.
Así como no hay ‘gen gay’, pues tampoco existe ‘gen devoto’. Los poseedores de este último, supuestamente, serían fervorosos creyentes de sus correspondientes credos, mientras que, en quienes se encuentre latente o ausente, inevitablemente resultaríamos ateos, agnósticos, impíos, herejes…
Para completar un trío, una investigación de comienzos del 2019, en otro interesante territorio, asocia no uno sino un conjunto de 42 genes, cuya actividad predispondría a sus dueños hacia la monogamia, haciéndolos fieles hasta cuando “la muerte los separe de su pareja”. Expandamos los tres casos.
En 1993, el doctor Dean Hamer, en asocio con otros estudiosos, completó un trabajo sugiriendo la existencia de un área del cromosoma X, denominada Xq28, que contendría el ‘gen responsable’ de la orientación homosexual en los varones. Su investigación se basó en el análisis de los genomas de cuarenta pares de hermanos gais que se autoidentificaban como homosexuales.
Diez años después, el mismo doctor Hamer planteó una segunda hipótesis, esta vez sobre un gen ‘devoto’, que explicaría la inclinación de muchas personas hacia la espiritualidad y la creencia en entidades metafísicas, tendencias estas comunes en muchos grupos familiares y que estaría influenciada por la herencia. En su versión más ‘intensa’, el gen de Dios predispondría, entre quienes lo tienen ‘particularmente’ activo, a las experiencias místicas y a los trances ‘sobrenaturales’.
El estudio de los genes monogámicos, por su parte, fue efectuado en la Universidad de Texas en Austin y se basó en evaluaciones detalladas de muestras de cinco especies caracterizadas por sus comportamientos monogámicos. Los investigadores, sin embargo, no extendieron sus análisis a las parejas humanas monógamas. Debe resaltarse que menos del cinco por ciento de las especies mamíferas son ‘sexualmente’ fieles de por vida y, con la sola excepción de una proporción importante de las parejas humanas, todos los homínidos (gorilas, orangutanes, chimpancés y bonobos) son polígamos.
¿Puede concluirse o extrapolarse algo de las tres investigaciones mencionadas y de los adelantos comprobados de la genética? La primera versión parcial del genoma humano, asombrosamente ‘moderna’ para la época, concluyó en el 2004. Hasta entonces, los ‘expertos’ estimaban que teníamos alrededor de cien mil genes. A pesar de que el estimado actual es bastante menor, el rango oscila entre veinte y veinticinco mil genes por célula. Este rango resulta demasiado amplio, si tenemos en cuenta la ‘alta’ precisión de las herramientas para medir y calcular del mundo científico moderno.
El conteo de los genes de una célula parece ser demasiado difícil y dispendioso y, en consecuencia, aproximado y susceptible a errores. Y si tenemos dificultad para cuantificar un dato… pues ha de ser aún mucho más complicado ‘cualificarlo’ para conocer su función exacta. Estamos pues todavía muy lejos de comprender cómo operan nuestros genes para poder asignarles, con credibilidad razonable, preferencias sexuales, inclinaciones religiosas, o comportamientos mono- o poligámicos de pareja. La dificultad del problema, afortunadamente, no desestimula la investigación… Por el contrario, parece provocarla y aguijonearla.
Bogotá , noviembre 27, 2019