La ciencia también investiga cosas mundanas

El verano pasado en Londres leí por primera vez una revista llamada New Scientist (Nuevo Científico), para mí desconocida hasta ese momento. Bien sabido es que los ingleses son, por lo general, refinados y formales y los excelentes artículos de la publicación me confirmaron tal apreciación. Sin embargo ¡oh sorpresa! su sección La última palabra estaba dedicada a una discusión académica sobre algo inaudito: el común hábito de meterse los dedos en la nariz y el menos común de ingerir el resultado de esa introducción. Jamás había visto ese tema en ninguna revista científica, menos aún en una de los circunspectos británicos.

Me parece muy apropiado que la ciencia le bote corriente a las cosas mundanas. Yo mismo emprendí entonces un “profundo” estudio acerca de las emanaciones nasales, su remoción y su posible consumo. (Lo de “profundo” no se refiere a la dimensión de mis fosas nasales; mi investigación es teórica y, por razones obvias, no quiero compartir mi experiencia práctica con el asunto). Resumo pues mis principales conclusiones.

Comencemos con las buenas noticias para los escarbadores habituales (pero que no alcanzan a clasificar como obsesivos) y que quizás tienen complejos de su anomalía u ordinariez: “No estáis solos, hurgones”, dirían en España. Una encuesta efectuada en Wisconsin y publicada en The Journal of Clinical Psychiatry en 1995 concluyó que la desagradable costumbre es casi universal. La misma revista, en otro estudio efectuado seis años más tarde, determinó que la frecuencia promedia de la rutina dedo-nariz entre los adolescentes de la India es de cuatro veces por día. ¡Malcriados los muchachos del subcontinente asiático!

De acuerdo con estas investigaciones, el hábito esporádico en discusión, con todo lo desagradable que es, no parece necesitar de terapia psicológica. El riesgo principal radica en el contacto de las partículas infecciosas que usted pueda tener en sus manos con las membranas mucosas, riesgo este similar al roce de los dedos con sus ojos o con sus labios. Aún si pasa a la siguiente fase de la inmundicia, la mocofagia –palabra que no está en el diccionario pero que yo extrapolo de coprofagia, la ingestión de excrementos– tampoco tiene peligros serios para la salud pues, según los fisiólogos, si el tal residuo no sale y si usted no lo intercepta a tiempo con un pañuelo o con la manga de su camisa, él se cuela por su faringe y usted se lo traga de todas maneras, sin darse cuenta.

No obstante, si de lo esporádico se pasa a lo compulsivo, la cosa se vuelve un problema con nombre sonoro en los diccionarios médicos: rinotilexomanía. De acuerdo con recientes investigaciones en Holanda (a los holandeses les gusta mantener limpio el conducto nasal), existe una correlación entre la frecuencia de la antipática costumbre y la presencia en la mucosa nasal de la amenazadora bacteria conocida como estafilococo dorado. Adicionalmente, la arqueología continuada de nuestras fosas puede conducir a la epístaxis –hemorragias nasales complicadas– y eventualmente a la perforación de la membrana nasal. Esto ya suena bastante grave y, si usted sufre de rinotilexomanía, pues ¡aténgase! porque los psiquiatras no le van a poder ayudar ya que no tienen ni idea del origen de este comportamiento obsesivo.

Con estas explicaciones espero no generar malentendidos sobre sucios hábitos. Estoy solo tratando de no alarmarles. Los sacamocos permanentes siempre se las ingeniarán para justificar su chabacanería. Alguno, supongo que para defender su cochinada, consultó por escrito al New Scientist: “¿Por qué el dedo índice cabe exactamente en la nariz como si fueran dos piezas de lego? ¿No parece estar diseñado para esa actividad?” ¡Que imaginación! Los órganos frecuentemente corresponden en forma y tamaño a otros órganos y, de hecho, el índice penetra bien en más de un agujero. Eso es coincidencia, no selección natural darwiniana.

Dejemos las cosas en claro: Si usted se mete el dedo en la nariz a toda hora para extraer cosas que saldrían fácilmente en una sonada, usted es un puerco maleducado. Es cierto que la salida de todas nuestras secreciones conlleva sensaciones placenteras (repasen y verán). Pero el vicio digito-nasal no está en la programación genética ni le ofreció ninguna ventaja competitiva alguna a ninguno de nuestros antepasados antropoides. Si usted se rehúsa a usar pañuelo –esto parece ser cosa de nosotros los viejos–, recuerde que para eso los kleenex se inventaron desde hace ya demasiado tiempo.

Atlanta, febrero 10, 2009

 

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