—La fuente de la juventud—

La primera fuente de la juventud registrada en la historia es -fue, para ser más preciso- un legendario manantial que, supuestamente, retrocedía los años de cualquier persona que bebiera de sus aguas o se bañara en ellas. La referencia a tal ‘maravilla’ data del siglo V a. C. y proviene de una cultura del Cuerno de África, la gran península oriental de ese continente, localizada al sur de la confluencia entre mar y el océano Índico.

Existieron leyendas similares en la antigüedad en diferentes regiones. La primera referencia sobre este tema que recuerda este columnista es un manantial, también mágico, de una leyenda indígena  en el sureste de los Estados Unidos, que el conquistador español Juan Ponce de León buscó infructuosamente durante varios años, a comienzos del siglo XVI.

Ya en el tercer milenio, la ‘fuente milagrosa’ ha evolucionado a proyectos científicos ‘aterrizados’, en áreas como la medicina regenerativa, las células madre y desarrollos de productos farmacéuticos.

El énfasis moderno, por supuesto, nada tiene que ver con aguas mágicas, no pretende volvernos inmortales, ni retroceder calendarios hasta la juventud sino, más bien, en desacelerar el proceso mismo del envejecimiento para así aumentar la duración de la vida, sin pretensión de borrar los años ya vividos.

La prolongación de la vida parecería irrealizable… si no fuera por las numerosísimas personas y entidades que estarían dispuestos a estudiar el tema. A manera de ejemplo, vale la pena resaltar el respaldo al tema de tres figuras sobresalientes -Larry Page y Sergei Brin, creadores de Google, y Jeff Bezos, fundador de Amazon-, magnates financieros y visionarios tecnológicos. Estos personajes, lejos todavía de convertirse adultos mayores, están financiando investigaciones alrededor de un territorio intimidante y atractivo: la prolongación de la vida.

Sea en paradisíacos lugares, en reencarnaciones o en renacimientos sucesivos, la vida eterna es parte doctrinaria de numerosos credos. Las religiones ofrecen para el alma que nos ha de sobrevivir atractivos paraísos o renacimientos fructíferos en seres mejores, versus castigos en infiernos candentes o degradaciones en seres inferiores.

La prolongación de la vida, que va en alza desde mediados del siglo pasado, es un logro notable del mundo moderno. ¿Hasta cuántos años llegaremos los terrícolas en el siglo XXI?  La respuesta se la dejamos a la ciencia. ¿Y retroceder la vejez para retornar a la juventud? Ilusorio… No existen ni existirán elixires de la eterna juventud; sí abundarán, en cambio y a no muy largo plazo, muchas y muy prolongadas vejeces; los centenarios dejarán de ser curiosidades. La eterna juventud  permanecerá en el dominio de la ciencia ficción. Y las fuentes mágicas, que ya poquísimos las buscan, seguirán perteneciendo el territorio de la mitología antigua.

Las mayores expectativas del alargamiento de la vida se encuentran, por ahora, en las manipulaciones genéticas. Con la nanotecnología a nivel molecular, los científicos podrán alterar los genes específicos asociados al envejecimiento. A los ratoncitos de laboratorio, ya les han logrado prolongar su expectativa de vida más allá del veinte por ciento.

El relato más arcaico sobre la inmortalidad, la Epopeya de Gilgamesh, un cuento sumerio del 2100 a. C. es también la primera obra de ficción en la historia. El deseo de eternidad pareciera ser innato en la naturaleza humana. Y la ilusión de juventud eterna es un paso más allá del deseo de no morir.

Retornando al siglo XXI d. C., ¿están los magnates del ambicioso proyecto mencionado realmente entusiasmados en el negocio de ‘prolongar la vida’? O ellos, dado que disponen de abundantes fondos, simplemente quieren estirar su propias existencias, pagando un elevadísimo precio por lograrlo? Quizás ambas cosas. Los hoy mayores de setenta, por otra parte, no existiremos cuando este ‘sueño de la humanidad’ se materialice… Y, si mágicamente se acelerara, su costo inicial será tan alto que solo los magnates podrán pagarlo.

Bogotá, junio 25, 2022

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