¿Nos comunicaremos alguna vez con extraterrestres?

De muchacho yo ‘sabía’ -supongo que fue en clase de religión que alguien me lo enseñó- que la única estrella que tenía planetas era nuestro ‘idolatrado’ Sol. Tal excepcionalidad me sonaba extraña y el error tuvo que esperar hasta 1992 para ser corregido.

En enero de ese año, los astrónomos Aleksander Wolszczan, polaco, y Dale Frail, norteamericano, anunciaron el descubrimiento de dos exoplanetas -planetas que están por fuera de nuestro sistema solar- que giraban alrededor de una estrella enana localizada a  2300 años-luz de la Tierra.

Según el doctor Google, a septiembre de 2018 se han identificado cerca de cuatro mil exoplanetas, el más próximo de los cuales se encuentra a ‘tan solo’ cuatro años luz de nosotros. ¿Habrá vida en alguno de tales astros? ¿Existirán seres inteligentes y tecnológicamente avanzados por esos lados? ¿Nos comunicaremos  con ellos algún día?

El número de exoplanetas reconocidos crece rápido. La Vía Láctea, nuestra galaxia -una entre incontables galaxias en el universo- tiene alrededor de 250.000 millones de estrellas y quizás unos 100.000 millones de exoplanetas. Si tan solo el 0.01% de estos cuerpos celestes fuera habitable, en la galaxia existirían diez millones de mundos con posibilidad de albergar vida. Y si la evolución física y biológica que aquí ocurrió se repitiera en tan solo una pequeña fracción, podría haber vida inteligente en un millar de exoplanetas.

Nuestra Tierra bien podría entonces no ser el único lugar en la galaxia que alberga vida. John Gribbin, profesor de la Universidad de Sussex en Inglaterra, está en desacuerdo.  Según este astrofísico  inglés, “una serie de coincidencias inusitadas tuvieron que ocurrir para abrirle el paso a nuestra civilización inteligente…Y la repetición de tales casualidades es muy improbable”.

Las coincidencias que puntualiza el doctor Gribbin tienen que ver con la oportunidad de ciertos eventos ocurridos desde el big bang de hace 13.500 millones de años, y con el sitio específico donde tales eventos sucedieron.

Después de la gran explosión solo había hidrógeno y helio. El carbono, el oxígeno, el hierro y los demás elementos, muchos de ellos requeridos para la vida, tuvieron que esperar 9.500 millones de años para llegar a su dos por ciento actual. La localización de nuestro sistema solar en la Vía Láctea también fue clave; estamos ubicados en un ‘pequeño’ sector que, por fortuna, no queda ni muy cerca de su centro (donde ocurren muchas destructoras explosiones estelares) ni muy lejos del mismo (donde los elementos vitales son escasos).

Centrándonos en nuestro sistema solar, la Tierra se encuentra en una órbita amigable, también de tamaño reducido,  con temperaturas hospitalarias. Nuestro planeta dispone de agua y tiene un campo magnético que repele radiaciones dañinas.  Como si fuera poco, el único satélite también ha jugado un papel estabilizador; si la Luna no existiera, dizque nosotros tampoco andaríamos por aquí.

Si todo lo súper-resumido en los tres últimos párrafos no se hubiera materializado, no existiríamos. El análisis del doctor Gribbin es convincente y, en consecuencia, los Homo sapiens  podríamos ser los únicos entes inteligentes de la galaxia.

Aún si  sus conclusiones estuvieran equivocadas y en verdad existieran extraterrestres inteligentes, con súper habilidades tecnológicas, en algún exoplaneta lejano, los terrícolas, como parte de un todo planetario, estaríamos, en cualquier caso, ‘solos’ e incomunicados.

Metafóricamente, existen dos tipos  de ‘soledad silenciosa’: La de un náufrago que logra llegar a una isla deshabitada, donde no hay con quien conversar, y la de otro náufrago, que nada hasta otra isla en la cual sus habitantes ni hablan su idioma ni comprenden señales corporales. Si no hay vida inteligente fuera de la Tierra, somos solitarios del primer tipo.

Pero si, en verdad, existen seres inteligentes por allá lejos, seremos solitarios del segundo tipo. La comunicación con nuestros lejanos corresponsales requeriría la suma de tres ‘eternidades’: la primera, para que las señales recorran el descomunal trayecto, en ambas direcciones; la segunda, para que sean correctamente descifradas en cada punta; y la tercera, para hacer sentido de frases transmitidas  desde siglos atrás.

La hipotética comunicación sería lentísima, cuando no imposible, tanto por la enorme distancia, como por la dificultad, la de ellos y la nuestra, para descifrar los mensajes. Somos ‘solitarios cósmicos’: Bien sea porque en la Vía Láctea, según el doctor Gribbin, no hay con quién conversar, o porque, si hubiera interlocutores, no lograríamos, según este columnista, sostenerles ningún diálogo.

Atlanta, septiembre 21, 2018
Autor de ‘Armonía interior: El camino hacia la atención total’

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