¿Por qué divagamos tanto?

La divagación es una forma inconsciente de apoyo a los procesos mentales

Divagaciones son los revoloteos que nos surgen en la cabeza cuando asistimos a una presentación, hacemos cola para alguna gestión, manejamos un vehículo, o deambulamos por algún parque. Según las investigaciones sobre el tema, divagamos el 47% del tiempo, casi la mitad de las horas que estamos despiertos. Y, como si fuera poco, los sueños dizque también podrían ser otra forma de rodeo mental.

Cuando nos distraemos, estamos ausentándonos del aquí y el ahora, escuchamos menos, nos equivocamos más… y nos volvemos ineficientes. Los revoloteos se originan en adicciones u odios, deseos desordenados o aversiones, nos generan ansiedad y estrés, y pueden volverse perjudiciales para la salud mental.             

¿Son normales los mariposeos mentales? Sí lo son, a menos que se salgan de control y afecten nuestro día a día. La inclinación humana a divagar bien pudo aparecer temprano en la evolución del Homo sapiens que, de alguna forma, proveyó alguna ventaja de supervivencia a nuestros antepasados remotos. ¿Aumentaron los miedos a las fieras o a las tribus enemigas la conveniencia de divagar sobre sus peligros y de la forma de prepararse mentalmente para enfrentarlos? Quizás así fue.

Joshua Shepherd, profesor de la Universidad Carleton, Ottawa, sostiene que la divagación es una forma inconsciente de guía y apoyo a los procesos mentales. El mariposeo esporádico es tolerable; el permanente, no… Y si es obsesivo e incontrolable, requiere ayuda psicológica.  

Los tiempos de desatención varían de un individuo a otro y aun para una misma persona, dependiendo de la actividad del momento. No es lo mismo conducir en un sitio solitario, de baja población, que en el tráfico congestionado de una metrópoli. Tampoco se pueden comparar el nivel de concentración que demanda un juego de parqués con el requerido por uno de ajedrez.

¿Cuál es la causa de la desatención? ¿Qué nos saca del presente? La ansiedad y el estrés, provenientes ambos de los deseos de revivir los eventos placenteros del pasado, y de evitar la repetición de las experiencias desagradables.

La divagación es la experiencia de tener pensamientos inestables y aleatorios que nos impiden permanecer atentos durante ratos largos, y que resultan inconvenientes cuando alguien está involucrado en una tarea exigente de atención.

Mediante autobservación, cada persona puede direccionalmente estimar su nivel de distracción, pero son sus allegados quienes casi siempre se dan cuenta que alguien es más distraído de lo tolerable… y le alertan. Si la desatención del divagador se sale de control, es el propio afectado quien ha de iniciar acciones correctivas.

¿Qué deben hacer los súper-distraídos cuando reconocen su problema? Pues… mejorar su atención y su concentración. ¿Cómo? Este columnista hizo la pregunta a Google y miró las recomendaciones de varias investigaciones sobre el tema. Todos los estudios dieron varias ‘recetas’ y todos coincidieron en una de ellas: meditar.

Existen, como bien es sabido, muchísimas aproximaciones a la meditación, ¿cuál ha de escogerse para aterrizar nuestros desvaríos? Cualquiera de las técnicas que excluyen afiliaciones, maestros o rituales, si es practicada con disciplina, bien contribuirá a la disminución de las dañinas divagaciones.

Hay unas instrucciones básicas, no asociadas con ningún grupo, que son sencillas de asimilar, pero exigentes, eso sí, de mucha disciplina y paciencia. Las brevísimas instrucciones que siguen utilizan como dispositivo mental una interrogación continuada a la mente del practicante: ¿Qué hay allí? ¿Qué hay? ¿Qué hay? Esta interrogación continuada es equivalente al mantra de algunas otras técnicas.

Las instrucciones son bien sencillas: “En un lugar tranquilo, siéntese en una postura cómoda (en la que pueda quedarse quieto por mucho rato), cierre los ojos, y dedíquese a mirar atenta y desprevenidamente, todo lo que pasa por su cabeza, sin ningún juicio, análisis o apreciación, preguntándose todo el tiempo… ‘¿Qué hay? ¿Qué hay?”, mientras observa, en silencio, sin juzgar nada, cualquier cosa que aparezca en la mente… Esto es lo único que hay por hacer, durante siquiera cuarenta minutos, ojalá todos los días… Como una especie de divagación a propósito, esta práctica nos adiestra en la observación permanente de los revoloteos mentales y, en consecuencia, nos ayuda en el manejo y control de las divagaciones.

Bogota, julio 15, 2021

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