¿Tenemos realmente libre albedrío?

Según los intérpretes del Génesis, cuando Adán y Eva estaban todavía recién creados (no recién casados), carecían de libre albedrío pues no lo necesitaban; ellos no tenían que analizar o resolver dilema alguno y solamente debían seguir al pie de la letra las instrucciones del Todopoderoso. Así fueron felices por largo tiempo hasta cuando, ignorando órdenes expresas del Creador, nuestros primeros padres probaron el fruto prohibido del bien y del mal. ¡Ahí sí fue Troya! La indisciplinada pareja recibió carta inmediata de despido del paraíso y, desde entonces, a ellos y a nosotros (sus descendientes) nos toca ejercer el libre albedrío -pensar, decidir y aplicar la fuerza de voluntad-, además de multiplicarnos y rebuscarnos la vida.

Hasta recientemente el libre albedrío había sido territorio exclusivo de los filósofos, con defensores y detractores por igual. En las décadas recientes, para terciar en la polémica, los neurocientíficos, novatos en el debate, han negado de manera tajante la existencia del libre albedrío. ¿En qué basan ellos semejante aseveración que nos convertiría en biorrobots sin poder decisorio real? Veámoslo.

Gracias a las tecnologías contemporáneas, los investigadores actuales pueden ahora observar en el cerebro la secuencia exacta de los eventos mentales asociados con nuestras acciones. Desprevenidamente nosotros podríamos pensar que una decisión sencilla, tal como saborear una bebida, transcurriría más o menos así: (1) Yo conscientemente resuelvo tomarme un vino (intención); (2) mi cerebro transmite mi deseo a las neuronas que deben localizar la botella y la copa (preparación mental), y (3) esas neuronas envían las órdenes correspondientes a los órganos motores que van a ejecutar la acción (instrucción).

Pues no es así. Según los experimentos, en vivo y en directo, la preparación (el número 2) precede a la intención (el número 1) en más de medio segundo. En otras palabras, primero nuestro cerebro nos crea el impulso de echarnos una copa y prepara las neuronas que deben conseguirlo, y luego le notifica a la consciencia, cuando la decisión de bebernos un trago ya está tomada. ¿Qué les parece?

El pionero de estas investigaciones fue el neurofisiólogo Benjamín Liber de la Universidad de California en San Francisco, en los años ochenta. Mediante encefalógrafos conectados a la cabeza de voluntarios que efectuaban tareas específicas, Liber midió la actividad cerebral y registró el orden de ocurrencia de los tres pasos. Los hallazgos iniciales han sido confirmados en numerosos estudios posteriores, esta vez con la ayuda de escáneres e imágenes digitales, tecnologías estas mucho más avanzadas que las ‘primitivas’ encefalografías.

Ni el doctor Liber ni sus sucesores, debo aclarar, utilizaron licores para sus experimentos; los voluntarios tenían que, a manera de ejemplo, mover un brazo siguiendo eventos en una pantalla o apostar en una ruleta cantando en voz alta su preferencia. Quienes nos dejamos seducir fácilmente por un Cabernet Sauvignon tinto encontramos muy clara la explicación con el vino. Además, culpando por nuestra debilidad etílica a las neuronas inhibitorias que se niegan a controlar nuestras inclinaciones, quedamos con la conciencia tranquila.

Si los investigadores están correctos, nosotros dispondríamos únicamente de “albedrío” (la palabra sin adjetivos), que, según el diccionario, es la voluntad manejada por los antojos y los caprichos, y no gobernada por la razón y el juicio. En consecuencia, el libre albedrío (la expresión completa), la supuesta potestad de obrar con reflexión y responsabilidad, no sería más que una ilusión. La frecuencia y facilidad con que todos sucumbimos a las tentaciones del “demonio, el mundo y la carne” respaldan la teoría de los neurocientíficos.

Así las cosas, el libre albedrío podría quedarse exclusivamente en la interpretación que los eruditos asignaron al relato del paraíso terrenal con la sana intención de darle empuje moral a la fuerza de voluntad. Como resultado muy secundario de este bombazo psicológico, la carencia de libre albedrío nos aumenta la tolerancia y nos permite juzgar con benevolencia a otro personaje del Génesis, cuya fenomenal borrachera con vino es una de las más antiguas registradas en la historia. Nos referimos al patriarca Noé, quien, si viviera en esta época, estoy seguro de que jamás rehusaría un Cabernet Sauvignon.

Atlanta, junio 3, 2012

Compartir

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *