Ahí vienen las feromonas

Las feromonas son sustancias químicas que emiten los organismos vivos para provocar o estimular conductas determinadas en otros miembros de la misma especie. Las señales transmitidas por las feromonas van desde “este territorio es mío” o “siga la ruta que le he marcado”, pasando por “me encuentro en casa” o “por estos lados hay peligro” hasta “usted es interesante” y “estoy sexualmente disponible”.

Los estudios de las feromonas, que comenzaron en los años cincuenta, se hubieran quedado en el mundo académico para estudiar en detalle el comportamiento de los insectos, los verdaderos reyes de la “feromonía”, de no haber sido por las señales de atracción y sexo. Gracias a estas, o por su culpa, ha ocurrido una alianza muy cercana entre la lujuria y la avaricia para investigar si las feromonas que facilitan y promueven el contacto sexual en muchas especies tienen sus equivalentes en los mamíferos superiores y, por supuesto, en el ser humano. Las investigaciones en esa dirección, con el respaldo financiero de las fábricas de esencias y perfumes, llevan ya varias intensas décadas y parece que están cercanas a tener éxito.

Comencemos con la lujuria. Desde la época de los faraones existe la idea de que el sudor humano contiene feromonas (los egipcios no las llamaban así) que comunican disponibilidad sexual a los miembros del sexo opuesto (miembros que, en el caso masculino, siempre están disponibles). A los esclavos saludables que construían las pirámides los capataces les recogían el sudor en toneles para luego destilarlo y producir los que debieron ser los primeros afrodisíacos. Es muy triste este despiadado comienzo de la ingeniería química y la explotación industrial.

Los experimentos más recientes insinúan que los egipcios tenían razón. En la última década se han encontrado indicaciones serias de que subconscientemente utilizamos el olfato para detectar el estado emocional de otros y la afinidad o el atractivo sexual de alguien hacia nosotros.

Así tiene que ser. Si la elemental mariposa Saturnia Pyri –el mariposo en este caso– es capaz de detectar el olor de una hembra interesada a 20 kilómetros de distancia, ¿no será que podemos enviarle a alguien, que está allí a menos de diez metros, nuestra feromona más refinada de adulación y propuesta sin la necesidad de perder el tiempo tartamudeando preguntas tontas? Los científicos solo necesitan sintetizar el famoso químico, que parece que los egipcios ya tenían, y producirlo en masa sin utilizar sus crueles procedimientos. ¿Se imaginan el éxito de los perfumes y las lociones de afeitar que redujeran notablemente las horas interminables y los abultados gastos del coqueteo y la seducción?

De particular interés ha sido una sustancia llamada androstenona cuyo olor sobreexcita y enloquece sexualmente a las cerdas. Tiene que haber, no me caben dudas, una hormona que haga lo mismo en el Homo sapiens y otra equivalente que estimule a la Hembra sapiens. Un químico cercano, la androstadienona, ya está siendo añadido a lociones masculinas con el gancho de la atracción femenina pero hay todavía mucha más publicidad que estudios concluyentes sobre sus resultados reales. No obstante las frustraciones de muchos ensayos, con el dinero que están invirtiendo y con la cantidad de estudios que se están llevando a cabo, será inevitable que la avaricia monetaria y la lujuria hormonal descubran y sinteticen pronto la tan buscada molécula.

¡Qué vivan entonces la ciencia y la paciencia! Cuando esto ocurra, se equilibrarán las diferencias existentes hoy en la distribución del sexo (unos/unas tienen mucho; otros/otras, muy poquito) como consecuencia de las diferencias en las habilidades de seducción y apareo, provengan estas de los atractivos físicos, las capacidades económicas o los encantos de la conversación.

El nuevo hallazgo representará, como quien dice, la igualdad de oportunidades en materias sexuales, algo que ni a Karl Marx le pasó por la cabeza (por el cerebro, quiero decir). Bien por las nuevas generaciones. Sin embargo, aun si el producto apareciera la semana próxima, yo sí no me beneficiaré de la innovadora sustancia ni de las interesantes interacciones que va a generar porque ya para mí, como en la canción de Ana Gabriel, “es demasiado tarde”.

Atlanta, noviembre 24, 2008

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