¿Forman las bacterias parte de mi identidad personal? En teoría, no… aunque existen interrogantes.
Somos organismos multicelulares; el multi es bien multi: más de treinta millones de millones de células. Las bacterias son microorganismos unicelulares; el micro es bien micro: millonésimas de metro, tamaño este muchísimo menor que el de las células. Los humanos tenemos cifras aproximadamente iguales de bacterias y células.
¿Forman las bacterias parte de mi identidad personal? En teoría, no… aunque existen interrogantes. Un estudio de la Universidad de Oxford efectuado en el 2018 confirmó que dos especies de bacterias intestinales (Lactobacillus y Bifidobacterium) pueden, en verdad, influir en el comportamiento generando ansiedad, estrés y depresión en sus anfitriones. En otras palabras, ellas afectan nuestra forma de SER.
“Debajo de nuestras diferencias superficiales, todos somos comunidades caminantes de bacterias“, escribió la bióloga Lynn Margulis (1938-2011). La gran mayoría de ellas viven en nuestros intestinos como huéspedes, conformando la denominada flora bacteriana: Las bacterias nacen, se reproducen y mueren dentro de nosotros… sin pagar arriendo ni alimentación.
En kilogramos, su peso total es como la décima parte del que nos da la báscula. Unas pocas son perjudiciales; otras, super-útiles… y, unas cuantas más, imprescindibles para nuestra supervivencia. Si se mueren algunas de estas últimas… pues nos vamos con ellas, lo cual las hace candidatas perfectas a considerar como parte importante, no del ‘yo’ psicológico, pero sí de nuestro ‘yo’ físico.
¿Constituyen las bacterias una porción de mi entidad personal? No, pero… Las fronteras entre el “yo” físico y nuestras comensales son tenues; de la mayoría de sus quinientas especies desconocemos su utilidad o funcionalidad. Así como el estudio del genoma humano investigó nuestros genes, otro proyecto conocido como Microbioma, ya completado, buscó censar y caracterizar a nuestras comensales, con el fin de identificar la relación entre sus variaciones de cantidad y la salud, las dolencias y el comportamiento de sus anfitriones.
El asunto no es tan solo de masa y volumen sino también de duración y tiempo. Las bacterias, al igual que nosotros, nacen, se reproducen y mueren… unas cuantas dizques se suicidan; otras, las de la mucosa gástrica, a manera de ejemplo, se regeneran cada tres días.
Aunque tenemos células que duran décadas, las moléculas que las conforman ‘entran’ y ‘salen’ a cada instante, conservando, por supuesto, el código ADN, lo único constante en nuestro periplo vital; en terminología informática, el ADN es como la base invariable de datos de todas nuestras células.
Trasladémonos veinticinco siglos atrás cuando, ignorante de la ciencia moderna, el Buda comprendió intuitivamente nuestra transitoriedad física y planteó la inexistencia de entidades etéreas en todos los seres vivos, incluidos nosotros. “Todo lo que nos hace creer que poseemos una esencia perdurable -cuerpo, sensaciones, estados mentales- es transitorio e impermanente y, en consecuencia, no hay entidades, inmateriales ni eternas, asociadas a nuestra humanidad o a la de ningún otro ser vivo”, dijo entonces; el Sabio interpretaba los renacimientos humanos como ‘flujos continuos de consciencia’, sin nada que fuera eterno.
El Buda, haciendo gala de su talento naturalista y de su capacidad observadora, se hace preguntas similares a las de los inquietos psicólogos y psiquiatras modernos: ¿Dónde reside mi “yo”? El Sabio examina los ‘elementos’ del cuerpo humano, y se atreve a sugerir que todos ellos son solo fenómenos físicos en los que no hay nada perdurable… Ni entes que nos sobrevivan ni seres inmateriales eternos.
En nuestro ‘costal de piel’, dice el Sabio (quien, por supuesto, nada sabía de genética) solo hay cerebro, corazón, huesos, intestinos, hígado, sangre, dientes… además de sudor, lágrimas, saliva, heces y orines. Bien sabemos que si no retiramos los desechos, moriremos. Variando con cada bocado y con cada evacuación, las bacterias son una fracción sustancial de nosotros. No encontré en Google una posición científica sobre las bacterias como parte integral de nuestra identidad pero nadie consideraría que el aire que respiramos, los alimentos que consumimos, los desperdicios de lo que digerimos o las bacterias que cargamos son parte de nuestra naturaleza o de nuestro intangible inmaterial, cualquiera que sea la forma como lo denominemos, sea alma, espíritu, ego, identidad o corriente de consciencia. El estudio se Oxford bien podría abrir un signo de interrogación a la ‘subestimación’ de las bacterias que describe esta nota.
Bogota, noviembre 6, 2020