Breve historia del alma

Tanto las almas cristianas, que resucitarán al final de los tiempos, como las atman’s budistas, hinduistas y jainistas, que reencarnarán múltiples veces, son ambas frutos de la aspiración humana de eternidad. Alma y atman, inmortales por definición, son productos del instinto de supervivencia… y de la necesidad de esconder el temor a la inevitable desaparición.

No es claro cuándo los humanos inventamos el alma… pero es obvio que desde cuando comenzamos a razonar -como Homo sapiens milenios atrás y como individuos cuando nos aproximamos a los siete años- resistimos la idea de desvanecernos. ¿Poseemos, en verdad, un alma que nos sobrevivirá o que reencarnará en otra entidad?

La creencia en un alma paralela al cuerpo posiblemente surgió con la aparición de la consciencia en los primeros Homo sapiens hace más de doscientos mil años pero no fue explícita sino milenios después, cuando desarrolló el lenguaje, hace ochenta mil años… y documentada solo cuando se inventó la escritura.

La historia del alma es pues tan antigua como la del hombre mismo… aunque mucho más incompleta. Las tumbas del Valle de los Reyes en el Alto Egipto, que datan de treinta y cinco siglos atrás, son gigantescos monumentos a nuestra ilusión de inmortalidad. Allí fueron sepultados docenas de faraones, con las pertenencias que utilizarían en sus vidas posteriores, y con familiares y sirvientes como compañía.

La primera referencia documentadaal alma es ‘reciente’ y se encuentra en una losa de piedra del siglo VIII a. C., descubierta en Turquía en el 2008. El texto, que acompaña a la imagen de un cadáver humano, dibujado en la losa, insinúa que un difunto reside allí.

Desde siempre, en las culturas antiguas, el alma es una parte invisible de un ser vivo; esta entidad espiritual está asociada con la respiración -su ausencia posiblemente era la señal evidente para los antiguos de que alguien había fallecido-. El psique -‘respirar’ en griego antiguo- comprende las habilidades mentales de un ser vivo: razón, sentimiento, consciencia, memoria, percepción, pensamiento… Psicología, expresión esta del siglo XVII, literalmente, significa ‘estudio del alma’, y solo se convirtió en el “estudio de la mente” cien años después. 

Si bien la creencia en la Divinidad como la Ley, el Principio Supremo, el Misterio… que originó y rige el Universo, es de reconocimiento generalizado por muchos científicos, la creencia en el alma humana es menos extendida… Y muy pocos académicos comparten la idea de que el alma fue agregada al Homo habilis en algún momento de su evolución hacia el Homo sapiens. 

Trasladémonos ahora a Suecia que, aunque la mayoría de su población se identifica como cristiana, es una de las culturas más seculares -más arreligiosas- del mundo moderno. Desde hace décadas y exceptuando las pocas familias que son particularmente creyentes, los niños suecos no reciben educación formal devocional alguno.

A este servidor, así ya no se santigüe, todavía se le salen expresiones como “¡Ay Dios!” y, aún con más frecuencia, en referencia a tanto pillo rezandero,  “ojalá su Dios lo mande a los infiernos”. En estas frases, por supuesto, permanecen vestigios de la fe infantil. Mi agnosticismo no se incomoda con estos rezagos pues mis creencias religiosas fueron parte integral de mi formación.     

Otras personas son más ‘radicales’ en la negación de vidas posteriores. En su libro ‘Esta vida: ¿Por qué la mortalidad nos hace libres?, el filósofo sueco Martin Hägglund critica el ideal religioso de eternidad: “Una existencia sin final no podría ser la vida de una persona.”

El alma es el invento humano de un camino hacia nuestro anhelo inconsciente de eternidad y una manera de eludir la inevitable desaparición terrenal… como escondiendo así nuestra transitoriedad debajo del tapete. Históricamente, los seres humanos primero construimos la noción de entidades divinas superiores y de aproximaciones a entidades o energías paralelas al cuerpo físico, como ángeles o demonios. La negación de nuestra temporalidad, sin embargo, parece haber resultado contraproducente, en muchos casos, para la paz y la armonía interior durante el recorrido, cierto, real e innegable de nuestra actual encarnación física.

Bogota, junio 11, 2021

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