De los antojos a la avaricia

La ansiedad y el estres provienen de los deseos desordenados

Entre ‘antojo’ -un deseo pasajero- y avaricia -el afán desmedido de riquezas- existen varios intermedios crecientes -anhelo, aspiración, ambición, voracidad…- Si los observamos cuidadosamente, los revoloteos mentales se desvanecen; si no lo hacemos, esta negativa escalera termina en deseos desordenados

Cuando era niño, conocí la palabra ‘avaricia’, uno de los siete pecados capitales en el Catecismo del Padre Gaspar Astete, Jesuita español del siglo XVI: “Avaricia es el afán exagerado de riquezas”. Los antojos caprichosos, por supuesto, son inofensivos “¡qué ganas tengo de un postre!’; la avaricia, ¡quiero tener dinero como sea! es ciertamente dañina.

Esta visión sombría de la naturaleza humana es con frecuencia asociada con El gen egoísta del escritor científico Richard Dawkins, libro este que se hizo popular en el siglo pasado porque, además de excelente, encajaba muy bien con el espíritu competitivo e individualista de la sociedad moderna. La avaricia es un deseo desordenado perjudicial, aseveración esta en la que coinciden el cristianismo y el budismo.

La causa del sufrimiento -del dolor, según el Buda- son la ansiedad y el estrés que caracterizan el mundo moderno y que, a su vez, provienen de la avaricia… y de sus numerosos equivalentes: avidez, mezquindad, rapacidad, tacañería, cicatería…

La avaricia comienza con antojos, crece a partir de ellos, y se vuelve crítica y dañina cuando los inocentes deseos iniciales se salen de control. La observación permanente del contenido de la mente, también lo dijo el Buda, es la prevención de tan nocivo riesgo.

La ambición, por su parte, es el deseo vehemente de poseer algo, sean conocimientos, propiedades o promociones; mientras no sea desmedidas y se mantengan bajo control, las ambiciones son naturales. La codicia, en cambio, se refiere específicamente a las riquezas materiales, y es sinónimo de avaricia; esta última es uno de los siete pecados capitales de la iglesia católica.

La avaricia es el deseo desordenado y egoísta de alcanzar poder; la ambición, enfatizamos, es el deseo y la determinación de alcanzar éxito, no necesariamente económico. Ambas pretensiones representan intenciones de obtener o ganar cosas. La avaricia, sin embargo, busca dinero, poder o estatus mientras la ambición persigue el éxito como objetivo principal. Codicia y ambición suelen ir de la mano, aunque no todas las veces ocurre así.

Los activos fijos y los saldos bancarios, por supuesto, son más notorios y visibles que los activos intelectuales y artísticos… que también pueden ser ambiciones. Los terceros reconocen a estos últimos activos solamente cuando se materializan en obras tangibles.

La codicia extrema es inexorablemente dañina para su ‘dueño’ … y, por supuesto, para aquellos de quienes el avaro toma ventaja. Dice Stephen Hawkins, “la humanidad es estúpida y codiciosa; la codicia es la peor amenaza para el planeta. Codicia y estupidez juntas podrían acabar con la raza humana”. A inteligencias como la del físico inglés siempre deberíamos prestarle atención.

Todos hemos sido egoístas en más de una oportunidad y todos conocemos personas que ‘sobresalen’ por su egoísmo. No debemos generalizar, sin embargo. El psicólogo británico Steve Taylor, investigador y autor de varios libros, sostiene que “Los humanos no somos intrínsecamente egoístas y, por el contrario, estamos programados para cooperar y trabajar en equipo”. Cerramos esta nota citando a otros dos grandes pensadores. Platón (424 a.C.- 347 a.C.), filósofo griego, consideró que “la codicia es la raíz de la inmoralidad individual”. Y Jesucristo igualmente reprendió tal pecado: “Guardaos de toda codicia pues la vida de nadie está determinada por sus posesiones”. Creyentes, agnósticos y ateos, por igual, deberíamos grabar en nuestras cabezas tan sabias palabras.

Bogotá , enero 1, 2022

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