Recientemente se efectuó en Bogotá un debate entre el sacerdote colombiano Gerardo Remolina, S. J. y el biólogo británico Richard Dawkins. El encuentro fue de gran altura intelectual, a pesar de las diferencias, casi siempre irreconciliables, entre la fe y el pensamiento científico. El tema de la controversia -¿Es Dios una ilusión?- generó notable interés entre creyentes e incrédulos, por igual.
Dado el enorme interés que despertó este evento, que vi en diferido, ¿no deberían también promoverse, a nivel mundial, millares de debates, no con ateos y devotos, sino con eruditos de las grandes religiones? Las diferencias entre Dios, Alá, Jehová y Brahman, son bastante menores que las existentes entre los panelistas de Bogotá. Pienso que tales debates serían muy provechosos. Encontré poquísimos ejemplos de eventos semejantes en Google o YouTube.
Las discrepancias conceptuales entre el Padre Remolina y el doctor Dawkins son muchísimo mayores que las que podrían existir entre un prelado cristiano y un teólogo musulmán, ambos creyentes en seres metafísicos y profetas elegidos. Los intercambios entre pensadores de los distintos credos bien podrían contribuir a mejorar la tolerancia inter-religiosa.
El doctor Dawkins es el ateo más célebre del mundo. Admiro en particular, su teoría de la forma cómo pudo haber comenzado y evolucionado la vida, que magistralmente presenta en ‘El gen egoísta’, la obra que lo convirtió en celebridad científica. De esta teoría obtuve las bases para formular mi propia interpretación biológica del renacimiento budista.
¿Qué relación existe entre inteligencia y religión? Muy poca. En 1983 Howard Gardner publicó su reconocida y controvertida teoría sobre las inteligencias múltiples, con la cual propuso siete expresiones diferentes y complementarias de esta cualidad humana.
Años después, en revisiones de su propuesta original, el doctor Gardner concluyó que sus siete alternativas no daban cabida a mentes tan brillantes como Charles Darwin y Alfred Russell Wallace, los proponentes de la teoría de le evolución de las especies por selección natural. En 1998, resolvió entonces agregar una octava forma de inteligencia que denominó inteligencia naturalista, “la capacidad para identificar y clasificar los componentes del entorno”.
En las evaluaciones de su lista de inteligencias, el doctor Gardner también consideró la posibilidad de agregar una ‘inteligencia religiosa’. Pronto, sin embargo, dejo de lado la sugerencia pues el acto de creer en seres etéreos o metafísicos no demanda exigencias intelectuales suficientes para justificar tal adición. Creer siempre es una tarea sencillísima, cuando no ingenua.
El Padre Remolina, sin duda alguna, posee suficiente inteligencia naturalista para aceptar, como lo reconoció en Bogotá, la evolución darwiniana. El sacerdote también considera razonable que el universo actual en permanente expansión tuvo que ser alguna vez, por ‘extrapolación retroactiva’, algo muy pequeñito y que en algún momento debió producirse la descomunal explosión conocida como big bang. No hubo pues divergencias entre los dos panelistas de Bogotá en cuanto a evolución u origen del universo.
Es necesario anotar, además, que alrededor de algunas hipótesis de la física moderna los legos solo podríamos repetir sus enunciados, sin esperar comprender las ecuaciones inescrutables que respaldan tales teorías. Para la gente corriente, ‘creer’ en tales ecuaciones (por ejemplo, la hipótesis de que “el universo es matemáticas” de sueco-americano Max Tegmart o las controversiales teorías de las cuerdas) difiere poco de creer en Dios, Alá, Jesús o Mahoma.
Las personas que carecen de los conocimientos matemáticos requeridos para la comprensión de la teoría general de la relatividad o de la mecánica cuántica pues… tienen fe en San Albert Einstein o San Niels Bohr. El Padre Remolina, quien con certeza sabe más de ecuaciones que el ciudadano promedio, acepta con fe la realidad de Dios, de Jesús, del Espíritu Santo y del alma. Richard Dawkins no. (Quienes nos inclinamos por el agnosticismo, estamos seguros que ni las creencias religiosas ni la física cuántica son prerrequisitos para la armonía interior).
Ciertamente los diálogos entre un creyente y un ateo son ilustrativos e interesantes. Las conversaciones entre los ateos, cuando no son sobre ciencia, con frecuencia terminan en burlas hacia los creyentes. ¿Qué podría ocurrir con los encuentros interreligiosos? Los intercambios desapasionados entre teólogos de distintos credos, repetidos millares de veces por todo el planeta, bien podrían conducir hacia una convicción colectiva de la inexistencia de entidades metafísicas.
Atlanta, enero 13, 2018
Yo añadiría, que esos intercambios tambien podrían conducir hacia una convicción colectiva de la EXISTENCIA de entidades metafísicas.