El viaje hacia el silencio

Mis memorias remotas alrededor del budismo me generan cierta tristeza pues no están asociadas con la religión oriental en sí, sino con los trágicos eventos que ocurrieron en el Vietnam de 1963. En ese año, ocho monjes budistas, en episodios separados, se inmolaron prendiéndose fuego, en protesta por las políticas que, en contra de su religión, había decretado el gobierno católico de ese país.

Mi vergüenza retrospectiva, desde la perspectiva de mi interés actual, se debe a que esos actos heroicos no me llevaron a ilustrarme, ni siquiera superficialmente, sobre las religiones del oriente asiático. Si tales sacrificios no despertaron una mínima curiosidad intelectual, mucho menos me iban a motivar unas doctrinas ajenas a mi cultura. ¿Cómo fue mi viaje hacia las Enseñanzas del Buda? Más bien lento.

El primer budista que conocí fue un tailandés que, con el tiempo, llegó a ser mi amigo cercano. Nuestro encuentro fue en Gotemburgo, Suecia, en 1965, donde ambos cursábamos estudios de postgrado en el Instituto Tecnológico Chalmers de esa ciudad.

Temprano en nuestra relación, mi nuevo amigo me explicó que la eliminación del sufrimiento era el propósito central del mensaje del Buda: “El budismo es una manera de vivir; su propósito es acabar con el sufrimiento humano. Para lograrlo, no es necesario creer en dogma alguno.” Por supuesto que no me llamó la atención una doctrina que toleraba… la inexistencia de Dios.

Si ocho monjes en llamas no me llevaron a indagar un poco sobre el budismo, menos lo iba a lograr la breve descripción anterior. Muchos años y muchas lecturas después, ya en este milenio, cuando pasó por mis manos “Budismo sin creencias”, un libro de Stephen Batchelor, monje budista británico, recordé aquella conversación y surgió mi serio interés en las Enseñanzas para practicarlas y, eventualmente, terminar escribiendo sobre ellas.

El libro de Batchelor fue la chispa que encendió mi deseo de profundizar en un tema que nada tenía que ver con religiones. Le siguieron muchos otros textos y lecturas interminables del Canon Pali, la ‘biblia’ de las Enseñanzas. ¡Gracias Internet!

En algún momento de mi progreso, llegué a un inesperado interrogante: “¿Qué hago ahora que ya sé algo? Comencé entonces, y en serio, a meditar con atención total para descubrir que en la autoobservación del cuerpo, los sentidos y los estados mentales, durante sesiones largas de quietud y silencio, se ‘aprende’ mucho más que de lecturas y conferencias.

Las enseñanzas, pronto lo supe, no demandan afiliación o acatamiento. El Budismo con creencias, en cambio, como cualquier otra doctrina con dogmas y cultos, es una religión y en ella existen sectas y ramificaciones.  El budismo religioso cuenta hoy con unos quinientos millones de seguidores, a nivel mundial. Como modo de vivir, los practicantes de las Enseñanzas, sin embargo, son bastante menos y nada tienen en común con dogmas o afiliaciones.

Según San Marcos (16: 15-16), Jesús sí fue explícito en su intención de establecer una religión, cuando dijo a sus apóstoles. “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todas las criaturas. Quienes crean y se bauticen, se salvarán; quienes no lo hagan, serán condenados”.

El Buda nunca pregonó nada parecido. El canon pali carece de instrucciones explícitas para la creación de sectas a seguir o de dogmas a profesar. “Yo no pienso ni deseo ser la persona que dirija una comunidad, ni tampoco que una comunidad deba depender de mí”, expresó el Sabio en su último discurso.

Los dogmas pregonan adhesiones y creencias. Y, en el término de 45-60 minutos, es más fácil rezar que permanecer en silencio y quietud -sin maestros ‘espirituales’, imágenes, oraciones, mantras, cánticos, sahumerios o prédicas-. Para llegar a mi convicción íntima de la veracidad y realidad de las enseñanzas del Buda, este columnista necesitó muchas, muchas horas de quietud y silencio… que resultaron más útiles que las extensas lecturas y las largas conferencias.

Gracias por su paciencia, estimado lector, por llegar hasta este punto, Es probable que usted se esté preguntando en este momento: “Y este columnista, ¿será que ya llegó al final del camino?” ¡Nooo! Pero estoy disfrutando muchísimo el viaje.

Bogotá, mayo 7, 2019

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