En todo momento los organismos vivos buscan y sostienen equilibrios y simultáneamente se desordenan y degradan. Como una especie de tales organismos, los seres humanos (la más importante de todas, según nosotros mismos) atravesamos por la misma paradoja y, además, somos conscientes de ella.
La característica biológica que sostiene nuestros equilibrios se denomina homeóstasis, la autorregulación que restaura los balances orgánicos cuando las condiciones externas los alteran. Lo que tiende a desorganizarnos es la segunda ley de la termodinámica, según la cual el desorden de los sistemas físicos aumenta permanentemente; la variable termodinámica que mide tal desorden se conoce como entropía. En menos palabras, la homeóstasis es lo que nos mantiene vivos; la ley de la entropía es la que poco a poco nos mata.
La homeóstasis permite a un sistema orgánico regularse por sí mismo mediante herramientas de retroalimentación de información y de ajuste a las desviaciones cuando éstas ocurren. Gracias a la homeóstasis, a manera de ejemplo, nuestro cuerpo, haga frío o calor, mantiene una temperatura constante.
En cuanto a la entropía, ¿cómo se interpreta en cifras la desorganización? El desorden de un sistema aislado es la medición de la energía que sí tiene el sistema y que no puede utilizar. En todo sistema aislado hay energía buena y energía “holgazana”; la energía utilizable para producir trabajo, la buena, se va transformando en energía holgazana; este incremento continuo de la energía inútil conlleva el aumento de la desorganización.
La energía inútil se parece un poco a las cosas que, por desorden, no sabemos donde se encuentran: Son nuestras pero no podemos hacer nada con ellas. O como a un producto que, también por desorden, lo hemos dejado degradar y tampoco lo podemos consumir. En los sistemas aislados, a diferencia de los ejemplos mundanos anteriores, el desorden no se puede corregir y el aumento de la entropía es irreversible.
Aunque la homeóstasis pertenece al dominio de la biología y la entropía al de la termodinámica, el uso de ambos conceptos se ha extendido, con los ajustes del caso, a otros territorios y, en particular, a las ciencias sociales. A lo largo de la evolución, sugiere el neurólogo Antonio Damasio, los seres humanos, “armados con habilidades crecientes de memoria, razón y lenguaje, abren camino a nuevas formas de homeóstasis en los niveles sociales y culturales”. De igual forma, se utiliza la expresión “entropía social” para referirse a la medida de la decadencia natural en una cultura o un grupo.
Si la homeóstasis mantiene el equilibrio y la segunda ley de la termodinámica fomenta el desorden ¿cómo juegan la homeóstasis y la entropía en nosotros? ¿Existe una entropía biológica? Con alguna tolerancia filosófica (aunque no matemática) “sí”; cada persona puede describir la suya propia con el verso del poeta colombiano Julio Flórez: “Algo que se muere en mí todos los días”.
La entropía biológica no es estrictamente termodinámica pues cada uno de nosotros no es un sistema aislado; el intercambio de sustancias con el medio externo es fundamental para la supervivencia de los seres vivos. No obstante nuestro organismo un sistema abierto, la entropía biológica es cruelmente real y el espejo nos recuerda a todo momento su irreversible vigencia: más arrugas, más manchas, menos capilares. (El botox y la silicona corrigen la “extropía” –¿lo estropeado?– pero de ninguna forma detienen a la avasalladora entropía).
La homeostasis y la ley del desorden creciente medido por la entropía son pues enemigos entre sí. Las enfermedades, los traumatismos y el desgaste natural no son otra cosa que perturbaciones que fomentan el desorden y nos sacan de nuestro equilibrio biológico.
La homeostasis triunfa en la gran mayoría de todos sus encuentros contra el principio de la entropía, justamente porque no somos un sistema aislado y la homeóstasis puede valerse de refuerzos externos; casi siempre, eso sí, el mecanismo defensor cede terreno y se ve forzado a desplazar la línea de equilibrio a niveles menos satisfactorios (con mayor entropía).
No obstante sus permanentes éxitos cotidianos, la homeostasis va perdiendo poco a poco efectividad mientras que la entropía biológica jamás cesa de crecer. La muerte, el final de la novela personal, es el último e irreversible equilibrio en donde la energía útil llega a su nivel cero y la homeóstasis se rinde con resignación en la última batalla.
Atlanta, junio 5, 2011