Lo que se pierde con la meditación

Una máxima simple, repetida por muchos expertos del crecimiento personal, establece que, “si tenemos suficientes ‘aguijones’ punzantes que nos empujen hacia una tarea difícil o un proyecto exigente, siempre seremos capaces de ejecutarlos”. ¿Aplicaría tal aseveración a las innumerables personas cuyo ‘proyecto de meditación’ lo tienen ‘planeado’ desde mucho tiempo atrás pero que nunca lo han iniciado? Por supuesto que sí aplica pero que, mientras ignoren los dolores de sus ‘aguijones’, nunca meditarán.

Para meditar con regularidad solo necesitamos razones suficientes y, entonces, fluiremos por ‘inercia’ hacia la ‘rutinización’ de tan valioso ejercicio. A diferencia de los proyectos corrientes, los resultados de la ‘meditación’ tienen muchísimo más que ver con ‘sustracciones’, como la eliminación de la avaricia y de los odios,  que con ‘adiciones’, como mayor felicidad o más riquezas.

Los porqués son los impulsores de los actos humanos; cuanto más crucial un motivo, más decidida es la acción. Debemos pues encontrar justificaciones convincentes y abundantes y sentir el dolor de los ‘aguijones’ que nos han de llevar a la acción. La meditación demanda actitud abierta y receptiva -silencio, quietud, sosiego- y el resultado de la disciplina involucrada será la atención total permanente; que, por sí sola, es una manera diferente de vivir.

Abundan los alicientes para practicar la meditación de atención total y las recomendaciones para la ‘acción’ datan de milenios atrás. En tiempos ya remotos, el Buda, el sabio, no sólo aboga por la meditación, sino que provee instrucciones precisas para permanecer atentos.

Ahora, veinticinco siglos después de su tiempo, las ciencias cognitivas confirman la solidez de sus enseñanzas y están identificando las razones neurológicas que explican sus beneficios. Estos dos soportes (el sabio y la ciencia) deberían resultar convincentes de las ventajas de la meditación, tanto para los súper-lógicos como para los súper-escépticos .

Los incentivos, que comúnmente enfatizan ’lo que se gana’ con la consecución de algo, se fundamentan en la experiencia agradable de la armonía interior, que resulta espontáneamente del sostenimiento continuo de la atención total; los incentivos halan y atraen nuestro comportamiento en la dirección que los ha de materializar.

Los propulsores del cambio, por otro lado, son como espuelas agudas o pistolas amenazantes que nos obligan a movernos por el camino apropiado; su énfasis no está en los placeres del futuro sino en los dolores punzantes del presente. Los propulsores de la aplicación atención total son la ansiedad y el estrés… Que nos están ‘doliendo’ hoy.

La ansiedad y el estrés son, precisamente, el mal -la enfermedad a combatir- que debe estimularnos a meditar; primero, por supuesto, tenemos que reconocer la dolencia -su realidad-. Si lo hacemos así, comprenderemos ‘desde adentro’ la realidad del sufrimiento.

Cuando juntamos los incentivos de acabar con el sufrimiento (información que viene desde afuera) con la realidad de la ansiedad y el estrés que experimentamos (percepción que viene desde adentro), tendremos, en nuestras manos y en nuestro cerebro, la actitud correcta para empezar a meditar, con la dedicación y la resolución requeridas a sabiendas de que no debemos perseguir beneficio alguno.

Una anécdota, bastante repetida por los estudiosos de budismo, ilustra las diferencias entre los incentivos que invitan a la acción y los propulsores que la hacen inevitable. Según este relato, un escéptico preguntó en alguna ocasión a un maestro: “¿Qué ha ganado usted con la meditación?”. “Nada en absoluto”, respondió el sabio.

Aún más suspicaz, el escéptico insistió: “¿Para qué sirve, entonces, meditar?” “Permítame decirle”, explicó el maestro, “lo que he perdido y abandonado con la meditación: la ira, la depresión, la inseguridad, el temor a la vejez, el miedo a la muerte…” Ira, depresión, inseguridad, temor, miedo… son ansiedad y estrés, que se esfuman con la meditación continua y constituyen su beneficio principal. El relato anterior resalta la importancia crucial de la ausencia de expectativas asociadas con lo que podríamos ganar, tanto de los 45-60 minutos diarios de meditación como de los años de práctica continua. Sentémonos pues a meditar, sin esperar nada, y la ansiedad y el estrés ‘huirán’ espontáneamente de nuestra vida, por la misma puerta por la entrará la armonía interior… Sin que siquiera la estemos llamando.

Bogotá, diciembre 26, 2019

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