———Los odios escondidos hacen daño———
Todos tenemos claros los significados de ‘ofender’ y ‘perdonar’ porque ambos verbos son de uso común y todos, en alguna ocasión, hemos sido causantes o víctimas de agravios, y hemos dado o recibido disculpas. Las reconciliaciones, con terceros y con nosotros mismos, son necesarias en nuestra vida, pues los odios escondidos, sin que nos demos cuenta, terminan perjudicándonos.
El odio afecta más al odiador que al odiado… Y debe siempre soltarse -permitirle que se vaya- para beneficio de la salud mental. El odio fluye en ambas direcciones, del sujeto al objeto y viceversa, y las dos partes suelen pensar que fueron ellas las ultrajadas.
Tomar consciencia del resentimiento y proceder hacia la autosanación son tareas recomendables para los resentidos; el apaciguamiento de las animadversiones convierte a los odiadores en los verdaderos beneficiarios del olvido… A veces, el ‘odiado’ -la víctima de la afrenta- ni siquiera se ha enterado de los desasosiegos por los que está atravesando el ‘odiador’.
La psicología del perdón, a pesar de las numerosas investigaciones, es todavía territorio incierto. ¿Se borran de nuestro cerebro los registros de las ofensas? ¿O nos volvemos más tolerantes? La realidad parece acercarse más a lo segundo que lo primero. ¿Qué sabemos con certeza?
El ‘dueño’ del rencor -causante o víctima de la ofensa- ha de tomar consciencia de sus animadversiones como ‘si fueran de alguien más’, con la ayuda, si fuera apropiado, de terceros -amigos, psicólogos, o ‘aconsejadores aficionados’-, percatándose del daño que los odios le están haciendo, y dejándolos ir… sin intentar ‘empujarlos.
Alguna investigaciones sugieren que el perdón es un atributo con el cual los seres humanos nacemos. Quizás así es… pero el instinto de defensa, que nos lleva a ‘agresiones defensivas’, también es natural. Por fortuna para la sociedad un porcentaje alto de los rencores provienen de ‘ofensas’ verbales, muchas de ellas relacionadas con posesiones físicas o económicas.
La memoria humana es un atributo extraordinario; los recuerdos obsesivos, sin embargo, se vuelven dañinos. Alguien sostenía, con humor, que la felicidad tenía dos causas: “La primera era la mala memoria para no recordar las ofensas que nos habían hecho; la segunda…”, mi amigo se quedaba pensativo por unos instantes, y cerraba: “ya se me olvidó”.
Es probable que la desmemoria desaparezca o disminuya nuestras intransigencias con respecto a las ideologías, las creencias, los comportamientos ajenos… que tienden a volvernos intransigentes y propensos a los desacuerdos -a llevar la contraria-. Si tenemos menos conflictos pues tendremos menos ‘enemigos’ y necesitaremos ‘emitir’ menos perdones. Interesante, quizás… pero es demasiado especulativo y difícil de verificar científicamente.
Tiempo atrás, este servidor tuvo un altercado mayor con alguien, llamémoslo Pedro, generador de una antipatía mutua… que perduraría por varios años. Antes del ‘encuentro verbal’, que afectó esta relación, Pedro elogiaba con frecuencia una pieza artesanal que tenía en mi estudio y que, desde años atrás, me traía gratos recuerdos; Pedro era, en verdad, un devoto admirador de la tal pieza.
En alguna mudanza, como una década después, durante la cual poco nos vimos, busqué a esta persona para obsequiarle la artesanía que él tanto admiraba. La alegría de su cara, y su expresión de agradecimiento borraron para siempre mis rencores reprimidos del pasado… Este servidor experimentó una indescriptible sensación de bienestar que no era alegría, satisfacción o, menos aún, vanidad por mi improvisada generosidad.
En ese remoto evento algo nocivo se fue de mi subconsciente que, de alguna forma, me estaba haciendo daño… Supongo que allí perdoné todas las ofensas que, en mi interpretación, Pedro me había hecho. Cierro este escrito con una frase que escuché, hace ya bastante tiempo, cuyo autor Google y Yahoo! desconocen, y que transmite exactamente el mensaje de esta nota: “Amar es una decisión… Perdonar también lo es”.
Bogotá, enero 18, 2022