¿Quién fue el Hombre de Neanderthal?

Difícilmente podría resultar mejor el regalo de bicentenario que a Charles Darwin, nacido el 12 de febrero de 1809, le ofreció Svante Paabo. Justo en la fecha, el brillante antropólogo del Instituto Max Planck de Leipzig, Alemania, anunció en una videoconferencia científica mundial los primeros resultados del genoma del Homo neanderthalensis.

Para definir a este cercanísimo pariente, ubiquémosle a él y ubiquémonos nosotros en el árbol filogénico de los primates. Según el esquema propuesto por el botánico y zoólogo sueco Carlos Linneo, los primates conforman un orden, dentro de la clase mamíferos, donde nos encontramos todos –micos, monos, antropoides, Tarzán, Chita y nosotros–. El género homo es el más importante del orden de los primates. (Para evitar críticas de los defensores de la igualdad de derechos, aclaro: El género homo incluye tanto a machos como a hembras y tanto a homos como a heteros). Dentro del homo, como especies separadas, aparecemos el Homo sapiens (que no ha demostrado ser tan sabio y que incluye hasta los más brutos), el Homo neanderthalensis (nuestro hermano mayor ya fallecido), el Homo heidelbergensis (nuestro padre) y el Homo erectus (a quien creíamos nuestro ancestro directo hasta hace poco; los antropólogos siguen investigando).

No tenemos hermanos vivientes (aunque vivos sí hay muchos). El Homo neanderthalensis (u Hombre de Neanderthal), nuestra más cercana semejanza, existió aproximadamente entre hace cuatrocientos mil y treinta mil años. La denominación proviene del Valle de Neander en Alemania donde se encontró uno de sus fósiles más importantes en 1856. Como sucedió con el nombre de “América” (de Américo Vespucio y no de Cristóbal Colón), el término neanderthalensis no hace justicia a Engis (Bélgica), donde en 1829 se descubrieron los que en realidad son los primeros restos de nuestro difunto hermano.

Al igual que Irak, Israel es una de las regiones más ricas en fósiles neanderthalensis. Cuando los neanderthalensis llegaron allí, según los judíos, ya los israelitas se encontraban en la Tierra Prometida. Yo no les creo y me atengo a la Tora, su libro sagrado. La Tora asegura que Jehová creó a los judíos hace unos cinco mil ochocientos años cuando ya nuestros hermanos habían desocupado. No vengan pues con cuentos ni cambien ahora las cuentas; estén tranquilos, sin embargo, queridos hebreos, que los palestinos tampoco habían aparecido.

En todo caso, con el trabajo de Svante Paabo debemos aprender mucho más del Hombre de Neanderthal que lo que ya habíamos podido averiguar de los aproximadamente cuatrocientos fósiles que se han ubicado en Europa y Asia. El doctor Paabo y su equipo extrajeron ADN de fósiles de cuatro sitios diferentes (incluido el fósil del Valle de Neander). Para disminuir la excesiva presencia de hongos y bacterias de las milenarias muestras, los investigadores utilizaron unas enzimas especiales (yo digo que fueron “rebajas”) que redujeron la contaminación de microorganismos, dejando casi intacto el ADN de interés. En términos estadísticos, el equipo de genetistas ya tiene el sesenta por ciento del genoma buscado y muy pronto se aproximarán al ciento por ciento. ¡Extraordinario de verdad! Los paavos son los homos que bien nos justifican el adjetivo de sapiens.

Hay cosas que ya sabíamos acerca de nuestros hermanos. Medían en promedio 1.66 metros (los machos) y 1,54 metros (las hembras). Aunque no vivían en Estados Unidos, eran bastante robustos, una posible adaptación a las bajas temperaturas de su ambiente. Sabemos también que el neanderthalensis era más cabezón que nosotros y, por lo tanto, es de suponer que tenían inteligencias y estupideces similares. Con el tiempo, cuando los científicos logren decodificar otros genomas prehistóricos, sabremos con certeza si nuestro padre fue el Homo heidelbergensis, descubierto cerca de Heidelberg, Alemania, en 1907, o el Homo erectus, llamado éste así porque andaba erguido (no porque fuera exhibicionista o superpotente ni porque sufriera de priapismo).

Uno de los grandes misterios, que no va a resolver su genoma, es la causa de la desaparición del Hombre de Neanderthal. Una epidemia o una guerra catastróficas, las hipótesis más inmediatas, son altamente improbables en consideración a la gigantesca extensión geográfica –desde Portugal hasta Irak– que el Homo neanderthalensis ocupaba. Tampoco podemos echarle la culpa ni a Bush (por lo de Irak) ni a Osama Bin Laden (por lo de Israel). Sabemos, eso sí, que tanto el neanderthalensis como el sapiens éramos ambos muy carnívoros y muy caníbales. No obstante nuestra gula, dudo muchísimo que nos los hayamos tragado a todos. Aunque los antropólogos no coinciden con mi tesis, es más factible que ellos, los neanderthalensis, hayan banqueteado al por mayor a punta de sapiens y se hayan comido una súper sobredosis de mujeres (engullido, quiero decir, porque no hay ninguna evidencia de cruce entre las especies) y hombres, habiéndoles nosotros causado una descomunal intoxicación colectiva que los llevó a su extinción. Por la gran cantidad de porquerías que comemos, nosotros debemos ser muy venenosos. Así pues, por más hambre que tengamos durante esta recesión, “no os comáis los unos los otros… porque de esta forma violáis casi todos los mandamientos”. Y, de repente, desaparecemos.

Atlanta, noviembre 18, 2009

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