Por este mismo medio expresé hace un año mi escepticismo alrededor de las preocupaciones de varios genios de la tecnología y la ciencia sobre los riesgos que conlleva la inteligencia artificial. Como consecuencia de su potencial, las máquinas dizque podrían desarrollar ‘consciencia’ y tornarse codiciosas y soberbias, hasta el punto de querer apoderarse del planeta. Esa posibilidad la sigo viendo muy remota y no ocurrirá dentro de los diez años que, estimo, me quedan por vivir.
Pero ahora los mismos genios, por un lado, y el Instituto del Futuro de la Vida (FLI, por sus siglas en inglés), una organización de voluntarios que busca mitigar los peligros de las tecnologías avanzadas de información, por el otro, sí me están generando inquietud. El nerviosismo actual gira alrededor de los desarrollos en camino de diminutas armas autónomas letales (AALs) que se conocen como ciclocópteros. Las ‘máquinas conscientes’ no son pues preocupación inmediata; los ciclocópteros, definitivamente sí.
Las ciclocópteros son mini-drones militares y están diseñados para ubicar sus blancos, sean personas o instalaciones, sin que intervengan operadores de carne y hueso. Los robots militares operados a distancia existen desde el siglo pasado; los nuevos AALs, el tema de esta nota, se han vuelto factibles apenas recientemente. Gracias a la miniaturización de sus componentes, es posible incorporar dentro de cada robotito tecnologías que son muy exigentes de recursos y que antes podían manejarse solo en computadores tradicionales, operados por seres humanos.
Los ciclocópteros son especies de pequeñísimos helicópteros, de forma cuadrada, pentagonal o hexagonal, con hélices diminutas en cada esquina. También existen drones saltarines, como canguritos, que podrían moverse por terrenos abruptos o desiguales, cuando el acceso aéreo es complicado.
El doctor Moble Benedict de la Universidad de Texas A&M estima que el desarrollo de los ciclocópteros estará completo en dos años. Las tecnologías que se están incorporando en los mini-drones incluyen herramientas de reconocimiento facial, sistemas de posicionamiento global, y sensores para localización y evitación de obstáculos. Y todo esto cabría en la palma de una mano.
Sus datos, estimado lector, incluidas sus fotografías, y su localización geográfica -la fija y las que frecuenta- se encuentran en las redes sociales, en los teléfonos inteligentes y en las bases de datos que conocen todo lo que usted busca, cotiza y compra por Internet, así como las personas con quienes se relaciona.
Uno de los grandes temores del FLI, expresado en Slaughterbots, un video viral hipotético reciente, es la posibilidad de utilizar ciclocópteros, a los que se agregaría un explosivo, para buscar y ultimar personas específicas. Al dispositivo, construido para una sola utilización, se le ‘mostraría’ una fotografía de la víctima y el mini-dron, que se auto-destruiría en la explosión, cumpliría su cometido sin dejar rastro alguno.
La siguiente etapa de este desarrollo, que estará disponible para el 2022, busca coordinar el movimiento de grupos de ciclocópteros con objetivos comunes. Cada dron, aunque podría tener tareas propias, también cooperará con los otros y reconocerá sus rutas para evitar colisiones. Los objetivos del ataque, a manera de ejemplo, podrían ser las personas que vistieran un determinado uniforme. Este, por supuesto, no es el objetivo primario del proyecto pero…
“El debate dentro del ejército de los Estados Unidos no gira alrededor de si se deben o no construir armas autónomas, sino de cuanta autonomía debe dárseles”, escriben los periodistas Mathew Rosenberg y John Markoff en el New York Times. El Departamento de Defensa de los Estados Unidos está comprometido a mantener a los ciclocópteros bajo control humano -la orden de ataque siempre vendría de una persona y no de otra máquina-. Aterra el solo pensar en las manos en las cuales podrían caer tales dispositivos.
Hace doce meses cerré con optimismo mi nota de entonces sobre la imposibilidad de desarrollar, a corto o mediano plazo, tecnologías conscientes que pudieran volverse egoístas y ambiciosas, y expresé una preocupación muy remota alrededor del futuro ingrato que podría tocarle a mis nietos. Ahora los riesgos, planteados por el Instituto del Futuro de la Vida, son reales, a menor plazo y, en verdad, intranquilizantes: Por las cosas que pudieran ocurrir durante la generación de mis hijos… Y hasta por las que podrían suceder en los diez años de vida que me quedan.
Atlanta, diciembre 28, 2017
@gustrada1