Los escritores incógnitos

Hace poco este columnista reflexionó sobre las motivaciones que llevan a la gente a escribir. De alguna forma, todos esperamos ser reconocidos en el presente, donde somos y estamos, y recordados en la posterioridad, cuando nos hayamos ido para siempre. Hay, sin embargo, autores que esconden la autoría de sus escritos y mueren sin que nadie sepa que ellos existieron.

Por la Red circulan millares de notas -algunas interesantes, la mayoría triviales, cursis o desagradables- muchas de ellas ‘firmadas’ por alguna celebridad que no tiene ni malicia de que está siendo ‘publicado’. Esta columna elabora un poco sobre esta curiosa modalidad de anonimato. Veamos un par de ejemplos.

Hace dos años circuló en Internet una nota de alguien con la ‘firma’ del Papa Francisco. Escribió entonces este ‘inseguro ateo’: “No es necesario creer en Dios para ser buena persona. Tampoco es obligatorio ir a la iglesia ni dar limosnas. Algunas de las personas más notables de la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los más funestos crímenes han sido cometidos en nombre de alguna religión”.

Vale la pena resaltar dos puntos: (1) El Vaticano descalificó la nota y (2) mi agnosticismo está de acuerdo con ella. ¿Por qué un escritor se abstiene de firmar un texto interesante? En la báscula del ‘anónimo’ autor, probablemente primó la celebridad del Papa Francisco, que ‘garantizaba’ la divulgación del ‘mensaje’, sobre el propio deseo de un eventual reconocimiento.

Si la regla común es sobresalir con nuestras propias obras, ¿por qué tantos autores, negándose a distribuir directamente sus escritos, prefieren permanecer en el anonimato? Quizás para estas personas priman la belleza, la verdad o la importancia de sus razonamientos, por encima de cualquier interés personal, así ellos, los creadores reales, mueran en absoluto anonimato.  

Otro mensaje, cuyo original en inglés también es de autor desconocido, tiene traducciones al español que han sido extensivamente propagadas por la Red. El escrito, que muchos lectores reconocerán de inmediato, tiene frases llamativas: “Si pudiera vivir de nuevo mi vida… en la próxima trataría de cometer más errores… tomaría menos cosas en serio… tendría más problemas reales y muchos menos imaginarios…”

En español estas persuasivas líneas han sido ‘adjudicadas’ a Jorge Luis Borges, cuyo prestigio ha contribuido a la divulgación del sugestivo texto. María Kodama, viuda del extraordinario escritor argentino, aclaró enfáticamente que su cónyuge no es el autor de estas populares líneas.

¿Por qué nos gusta leer páginas cuyos autores son desconocidos o dudosos? Porque, de alguna manera, encontramos sus contenidos bellos o interesantes. Alguna vez, hace casi tres décadas y después de haber asistido a un taller de ‘coaching’ con Gilbert Brenson, tuve la oportunidad de conversar por un largo rato con este psicólogo social, radicado entonces en Bogotá.

En algún momento de nuestra charla surgió el nombre de Carlos Castañeda (1925-1998), el escritor peruano-norteamericano, de quien este servidor había leído entonces un par de libros.

En sus obras, el doctor Castañeda describió en detalle su formación en chamanismo y ‘conocimiento espiritual’, recibida de don Juan Matos, depositario este de la ‘sabiduría’ de un grupo indígena del sureste de los Estados Unidos,  que supuestamente descendía de los toltecas, la raza que dominó el norte del altiplano mexicano entre los siglos X y XII.

La veracidad de los textos del doctor Castañeda, a pesar de su extraordinaria acogida entre sus numerosísimos lectores, que entonces devorábamos todo lo que hablara de los caminos mágicos del crecimiento, tiene signos de interrogación.

Según sus críticos, “Las enseñanzas de don Juan” son más fruto de la imaginación de su autor que de una formación seria en antropología. Cuando le comenté estos cuestionamientos, el doctor Brenson me contestó sonriendo: “No importa, Gustavo, si Don Juan existió o no; lo significativo es que sus enseñanzas son interesantes y bellas”.

Como llamativos , además de invitadores a la reflexión, son también los textos atribuidos al Papa Francisco y a Jorge Luis Borges… Así fueran de otros autores. Mucho antes de Internet, el doctor Castañeda se anticipó a divulgar algo que él había concebido, pero prefirió adjudicárselo a una celebridad que él había inventado, para que así tuvieran un ‘respaldo ancestral’, casi milenario. Por supuesto que, a diferencia de los ‘desconocidos’ de la Red… el doctor Castañeda sí vendió millones de copias de sus libros y él mismo alcanzó merecidos reconocimiento y prestigio.

Bogotá, octubre 10, 2019

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