Ego, grego y necesidades humanas

Las necesidades humanas –agua, techo, sexo, prestigio, amistad, trascendencia…– son demasiadas para estructurarlas dentro de unas pocas categorías y, en consecuencia, es difícil construir teorías psicológicas serias que tengan respaldo razonable de las ciencias naturales y sociales. Por su complejidad, es apenas natural que no haya unanimidad acerca del tema.

Las diversas teorías existentes discrepan en número, definición y categorías para agrupación. No obstante tales diferencias, hay dos características –la necesidad de logro y la necesidad de pertenencia– que figuran en la mayoría de las propuestas acreditadas. Logro y pertenencia, como necesidades esenciales del ser humano, aparecen, con denominaciones equivalentes, en la jerarquía de Abraham Maslow, las necesidades adquiridas de David McClelland y la escala de Manfred Max-Neef.

La necesidad de logro, que proviene del sentido de identidad –el ego codificado en nuestro cerebro–, es la necesidad tanto de tener respeto y autoestima como de sobresalir y recibir reconocimiento. La necesidad de pertenencia, que se origina en lo que denomino “grego” –el instinto gregario genético–, es la necesidad de formar parte de algo, sean núcleos pequeños (pareja, familia, círculo de amigos, compañeros de estudios) o grupos numerosos (clubes, barras deportivas, iglesias, partidos políticos). Los animales, en general, tienen ego cero y grego elevado.

El dualismo pertenencia-logro es curioso e interesante por la paradoja que implica. El ego (soy distinto) y el grego (soy igual) nos crean necesidades diferentes que van en contravía; todos sufrimos la tensión que tal dualismo genera. Dice el antropólogo Ernest Becker: “El comportamiento individual excluyente (del ego) se opone al resto de la naturaleza (del grego), generándole a la persona el aislamiento intolerable que justamente necesita para sobresalir”.

El ego tiene un “tamaño” difuso pero real. Es cero cuando nacemos, sube en la niñez y la adolescencia, y alcanza un cierto nivel, más o menos estable pero no fijo, en la madurez. Como casi todo atributo en su expresión extrema, la inflación abultada del ego se convierte en defecto. Los problemas de un ego “crecido” van desde la antipática autoestima excesiva, pasando por la invasión abusiva de lo que no es nuestro y terminando en los terrenos de lo nocivo o lo ilícito. (A propósito, no existe ninguna relación idiomática entre auto-estima-grande y el viejo chiste de los carros gigantescos que compran algunos para poder transportar sus egos). El egoísmo daña inicialmente al individuo y en sus manifestaciones extremas afecta al conjunto social.

Algo parecido puede suceder con el grego exagerado. La fidelidad desmedida a un grupo no ocasiona ningún daño social pero sí es un problema mayor cuando el grupo mismo o su líder transforman al sumiso seguidor en un agresivo fanático del equipo de futbol, de la causa religiosa o del partido político. Para complicar el asunto, los gregos anormalmente altos son excelentes marionetas de otros egos descomunales y manipuladores; la combinación de los dos resulta explosiva –literalmente– para toda la sociedad.

¿Dónde está la línea saludable que marca la satisfacción de las necesidades de logro y pertenencia, la luz roja que nos ordena detenernos? Siendo universales, todos tenemos nuestra cuota de ambas exigencias: pertenencia al grupo para igualarnos y logro individual para distinguirnos. La raya no es tan definida como ocurre con las necesidades fisiológicas; bien sabemos cuando estamos saciados de comida o saturados de agua.

Ego y grego comparten un territorio común saludable; si ambos se elevan fuera del rango, se excluyen y son perjudiciales. Los atributos que, como ego y grego, son simultáneamente contrapuestos y complementarios no tienen líneas divisorias claras que demarquen lo razonable. A manera de ejemplo, la firmeza y la tolerancia son ambas cualidades pero demasiada firmeza es terquedad y demasiada tolerancia es apocamiento. La definición de los límites de lo sano entre egos y gregos –entre logro y pertenencia– conlleva pues una dificultad mayor, complicada aún más por el carácter personal de las necesidades humanas (las mías son diferentes de las suyas). No hay respuesta concluyente; la resolución de esta dificultad –la aproximación al apropiado balance y a su vivencia permanente– es el fruto exclusivo de la muy esquiva sabiduría.

Atlanta, noviembre 24, 2012

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